Los viejos no tenemos más escuela que la experiencia y la rutina, así que permítanme que les cuente las mías para explicar lo que puede esperarse de la situación política creada por las urnas. En mi provincia ha gobernado en minoría la derecha (UPN-PP) durante un cuarto de siglo y la fórmula ha sido siempre la misma: algún tipo de acuerdo -de coalición, de legislatura o presupuestario- con un PSOE en perpetua situación subalterna. En este largo periodo, cada vez que los socialistas intentaron revertir la fórmula, debían hacerlo en coalición con partidos menores y los dos o tres intentos habidos se saldaron en fracaso, unas veces por dificultades políticas objetivas y otras por pifias (corrupción incluida) directamente atribuibles a los propios socialistas. El caso es que la alternancia resultó imposible hasta que, en las pasadas elecciones regionales, el deseo de cambio en la sociedad mandó a la oposición a socialistas y populares para sustituir su contubernio por un improbable gobierno apoyado por cuatro fuerzas de izquierda y nacionalistas con muy poco en común entre sí excepto el deseo, mayoritariamente compartido en la sociedad, de cambiar de rumbo aunque no se sepa bien hacia dónde. Uno creía que esta situación era provinciana y singularmente de una provincia como la mía, de población diminuta, alto nivel económico, mucha ebullición partidaria y pujos identitarios de nación, pero el mapa del congreso de los diputados alumbrado por las elecciones del domingo es bastante parecido al que hemos tenido en mi pueblo hasta el pasado verano: una mayoría insuficiente en la derecha, aun sumando a los ciudadanos recién ingresados en el club; una segunda fuerza socialista en la que se depositan más expectativas que las que pueden soportar sus espaldas, y un conglomerado de siglas de izquierda y nacionalistas con el que, no nos engañemos, los partidos de la casta no quieren pactar ni en sueños, por la evidente razón de que postulan una enmienda a la totalidad del régimen que populares y socialistas han levantado, gestionado y disfrutado durante cuatro décadas. Así que mi predicción es la siguiente: Rajoy intentará con Sánchez un acuerdo a la navarra (llamémosle modestamente así, una Grosse Koalition de aldea), para lo que hay condiciones y recursos, a saber: a) un rechazo absoluto y compartido al llamado derecho a decidir, en Cataluña o en cualquier otra parte; b) una concurrencia de intereses en mantener la actual ley electoral porque beneficia a ambos; c) un cierto margen de maniobra para aumentar el gasto social, favorecido por la mejora de la situación económica, sin tocar básicamente las reformas estructurales vigentes, como la laboral; d) un botín de cargos institucionales lo bastante aprovisionado como para satisfacer razonablemente a las redes clientelares de los dos partidos, apretándose ambos un poco el cinturón, y e) un surtido de discrepancias en asuntos menores para conservar las apariencias. A lo que se sumaría el visto bueno de ese ente que nos supervisa y al que llamamos indistintamente Europa, los mercados o Angela Merkel. Esta fórmula ha funcionado en mi pueblo durante veinticinco años y el problema no radica en la dificultad de alcanzarla entre los dos hipotéticos socios sino en saber si aún tiene recorrido histórico porque la sociedad no es hoy la misma que hace un cuarto de siglo, como se ha visto en las urnas. Lo seguro es que, de ser factible, ayudará a los firmanes a salvar los muebles, a riesgo de perder la casa, cuando toque.
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Leo en El País la propuesta de J. M. Colomer de un gobierno en el que no habría cabezas de lista y sí “ministros independientes y expertos competentes” para elevar la “calidad de la gestión gubernamental”. El rey nombraría al presidente, o, por lo menos, podría persuadir “a los líderes partidistas a que se pongan de acuerdo en un candidato aceptable” (aceptable, ¿para quién?). No comprendo cómo nuestros políticos y periodistas no van, por el bien del país, un poco más lejos y proponen eliminar la política y suprimirse a sí mismos. Una fórmula que, sin duda, habría funcionado bien para Navarra, y con mucho ahorro, a saber: la contratación de una docena de técnicos de la UE para gobernar este pueblo nuestro, podría aplicarse a la nación entera. Al fin y al cabo, da la impresión de que, a sabios como este Colomer, la voluntad de los votantes y otras zarandajas les parecen totalmente inoperantes. Además, hay precedentes: Europa impuso ya en Italia, con Mario Monti (según Wikipedia, «asesor de The Coca-Cola Company y de Goldman Sachs durante el período en que esta compañía ayudó a ocultar el déficit del gobierno griego de Kostas Karamanlis») el nombramiento de un primer ministro no electo.
En cualquier caso, la idea de mandar por las bravas a Rajoy (aunque sea el candidato más votado) al registro de Santa Pola me hace verdaderamente tilín. Pero no caerá esa breva.