Don Felipe y don Sánchez están en el comienzo de una hermosa amistad, que diría el guión de Casablanca y que tiene precedente en los inmediatos ancestros de ambos. El pesoe se prepara para atravesar un proceloso periodo histórico habitado, entre otras tentaciones fatales, por los cantos de las sirenas republicanas.
La chiflada y el césar
La pantomima encubría la rendición de Madrid en una versión hortera de la ‘Rendición de Breda’. Las picas en alto, los modales muy finos, pero rendición al fin. Doña Ayuso reconoce que no puede con la misión que tiene encomendada y entrega a don Sánchez las llaves del marrón que le ha caído encima.
El aburrimiento crea panteras
Vivimos una situación calcada a la que caracteriza al servicio militar obligatorio: secuestrados por un poder superior e inapelable, acuartelados o confinados en un perímetro tasado, bajo una severa regulación de movimientos y relaciones interpersonales, disponibles para cualquier emergencia que forzosamente será negativa y a la espera de un licenciamiento o vacuna que, si llega, en el mejor de los casos será cuando dios quiera.
Payasa en apuros
Había señales en el cielo que avisaban a doña Ayuso que nunca podría ocupar el lugar que en la historia ocupa su predecesora. Es más joven, más cortica, más tosca y más alocada que doña Aguirre y le tocaba administrar su maltrecha herencia cuando ya no hay pasta en las arcas públicas para repartir entre los amigos.
El teatrillo de los libres e iguales
Hay en esta historia un cautivador aroma de leyenda medieval: la princesa valiente confinada en la torre del castillo, en un país extranjero, y a cuyo rescate acuden los más apuestos caballeros del reino. No puede descartarse que los libres e iguales vean así el asunto. Todos son gentes de letras y de escena, y he aquí que la declinante existencia les da ocasión, quién sabe si la última, de participar en una charada. A ver si hay suerte y se suman a ella los jueces del tribunal constitucional, que también llevan una vida muy aburrida.