La aprobación final de la ley del solo sí es sí ha tenido un aire de fin de fiesta con mucha vajilla rota y olor a bebida agria, en la que solo los que no querían que la ley se aprobase han aplaudido el resultado. Ahí estaba la bancada  de la derecha batiendo palmas mientras en los escaños del gobierno todo eran caras enfurruñadas y seriedad funeraria. Un adelanto gráfico de lo que puede pasar dentro de unos meses. Una de las leyes cenitales de la legislatura convertida en una mascarada en la que los intérpretes estaban más preocupados por el resalte de su propio papel que por llevar el guión a buen puerto.

El feminismo es la revolución planetaria más influyente de este principio de siglo. Hasta Julia Roberts se ha pasado a este lado de la barricada renegando de la niña bonita que la llevó al estrellato de Hollywood. Este tsunami social y político es en términos electorales un potosí de votos y la titularidad de la mina, una garantía de liderazgo político. La disputa por el predio empezó pronto en la coalición de izquierdas, entre las llamadas feministas radicales y las afectas al abanico arcoíris; en la disputa doméstica, el padre don Sánchez, en uno de sus habituales cubileteos y quizá por considerarlo un tema menor, entregó la gestión del negociado a las segundas, con doña Irene Montero al frente, y se abrió una brecha de rencor entrambos feminismos del que no sabemos qué influencia tuvo en la redacción de la ley porque la supervisión técnica del texto estaba en manos del ministerio de justicia del que era titular don Juan Carlos Campo, un magistrado socialista ahora instalado en el tribunal constitucional.

La ley se estampó en el boletín oficial y produjo una catarata de efectos indeseados, por decirlo con el elusivo término que impuso la parte socialista del gobierno, dejando toda la responsabilidad de las rebajas de pena y excarcelaciones de convictos a que dio lugar la nueva ley en el haber de la parte podemita. Doña Montero y su gente no advirtieron a tiempo la pifia legislativa y lo que es peor, no quisieron verla cuando era evidente. Nuevo viraje rápido de don Sánchez, que pone a su ministra de justicia, doña Llop, a arreglar el desaguisado prescindiendo de sus socios podemitas, que siguen encastillados en su posición. La bronca política adquirió la forma de logomaquia entre dos nociones abstractas, consentimiento y punición, mientras la derecha se apresuraba a socorrer al gobierno en el remiendo de la ley, única forma de poner orden –ah, el orden- en este ejecutivo de perroflautas.

Los derechos civiles (la ley del sí es sí entra en esta categoría) no están en la agenda de la derecha porque lo suyo es el dinero, pero no pueden oponerse a ellos por razones electorales obvias, si bien pueden neutralizar sus efectos cuando llegan al gobierno por la vía de no dotarlos de recursos; ya lo han hecho antes con otras leyes como la legislación de memoria histórica. El caso es que acudieron en ayuda de los socialistas de don Sánchez en un tema de potencial atractivo para toda clase de electorado y bajo la premisa de que los podemitas habían sido apartados de la gestión y se limitaban a gruñir para su parroquia en un rincón. La derecha no está para muchos triunfos, así que no es raro que se aplaudiera a sí misma cuando se han cantado los votos que aprobaban la reforma de la ley.

La reforma misma es inane. Aparte de un par de tecnicismos añadidos, no podrá atajar las rebajas de penas aplicadas por la ley anterior, que era el motivo predicado para llevarla a cabo y en el futuro a nadie, excepto al delincuente acusado, le importará si puede ser condenado a dos años de más o de menos por su delito de agresión sexual. Lo seguro es que esta mascarada política ha malogrado la percepción de una ley garantista muy ambiciosa en materia de libertad sexual y que para su cabal cumplimiento se necesitará tiempo y un sostenido esfuerzo de las administraciones y de la sociedad en áreas educativas, de salud y asistencia social, policiales y, finalmente, penales. Lo que podía haber sido un gran pacto cívico entre el gobierno y la ciudadanía lo han convertido entre unos y otros en una murga en la que hasta el título parecer tener ritmo para ir a eurovisión: solo sí es sí, ah, solo sí, si es sí y si no es no, y por ahí seguido.