En la clásica novela de André Gide, una banda de estafadores extorsiona a católicos adinerados para que paguen el rescate del papa, secuestrado por los masones, que han puesto en su lugar a un impostor. No hace falta decir que Gide no ejercitó mucho la imaginación para urdir esta trama. Estos días volvemos a leer la enésima variante de la novela en los periódicos, lo que demuestra una vez más ¡atención literatos! que ninguna novela actual puede competir con el telediario. ¿Es Francisco el obispo Bergoglio o es un impostor?, ¿puede un jesuita ser franciscano?, ¿el dinero de las limosnas sirve para rescatar a los pobres o para hacer más ricos a los que los tienen secuestrados?, ¿y si el secuestrado es el jefe de la banda de secuestradores? Y ese otro tipo, el mayordomo o ecónomo traidor, que anda por ahí con una chica experta en relaciones públicas, ¿es un héroe o un villano? Hummm. En la diócesis española de la que procede fue un eficiente ejecutor de las inmatriculaciones, ese sistema aznárida de saqueo de bienes del común a beneficio de la Iglesia, un killer financiero con alzacuellos ¿y lo llaman para poner orden en las finanzas del Vaticano en nombre de la pobreza?, ¿es masón o solo del Opus Dei? Y la gendarmería vaticana que lo ha detenido ¿son esos tipos tan altos que van en pijama con una alabarda en la mano? Y la chica esa de las relaciones públicas que en compañía de unos cuantos cardenales celebró con une grande bouffe , no sabemos si la muerte o la santificación de un papa anterior, ¿qué pinta en un mundo de hombres solos? Llegados a este punto, Dupont y Dupont quedan pensativos en la Capilla Sixtina. Nunca habían llegado tan lejos en las anteriores aventuras de Tintín. Se miran uno al otro, se acarician la barbilla y, sin poder evitar el estremecimiento de quienes creen haber desvelado el misterio, levantan los ojos hacia los frescos de Miguel Ángel. Está ese asunto, dice Dupont. Sí, ese asunto, responde Dupont, y los dos salen del Vaticano tan contentos para volver a su tebeo sin haber visto Saló o los 120 días de Sodoma, la atroz película de Pier Paolo Pasolini, otro católico cuyo martirio hace cuarenta años en la playa romana de Ostia  recordamos el pasado lunes.