Infancia no hay más que una, la propia, la de uno mismo, en la que quedamos atrapados para siempre, la que determina la visión del mundo y el arco de los afectos, que las circunstancias posteriores intentan moldear sin llegar a conseguirlo. La infancia es el registro y la medida de la existencia. El único periodo de la vida que nos autoriza a sentir compasión por nosotros mismos. La imagen que encabeza estas líneas es una instantánea de la infancia del viejo.

La fotografía es de Henri Cartier-Bresson, está datada en 1952 y se titula Sanfermines. Tiene la sosegada belleza de los modelos de este gran fotógrafo pero nada en ella es identificable con la fiesta tal como se celebra ahora y, sin embargo, para el viejo es muy familiar. El único detalle que acredita indubitablemente el momento en que fue captada la imagen es el calzado del joven que se apoya indolente sobre su cayado: unas alpargatas blancas con cintas rojas que formaban parte de la indumentaria tradicional de las fiestas y hace décadas que están en desuso, sustituidas por las más funcionales zapatillas deportivas. Pero ¿qué hacen estos tres tipos de etnia gitana pegando la hebra rodeados de caballos?

Aquellos niños de la Rochapea, el barrio que se extiende entre el río y las vías del tren  bajo la adusta muralla de la remota ciudad subpirenaica, lo sabemos bien. Las fiestas de entonces se manifestaban en una feria caballar que a nosotros nos parecía que ocupaba la totalidad del mundo. Ganaderos del Pirineo bajaban a vender y huertanos valencianos y campesinos de la meseta interior, que aún usaban fuerza animal en sus labores, subían a comprar, y los tratantes gitanos mediaban en el tráfico. Era una fiesta con olor a bosta, de gente atareada, sin pañuelo rojo al cuello, y en la que, si pegabas la oreja a lo que se decía en los grupos, oías lenguas ignotas: caló, valenciano, vascuence. Por lo que sé de la Rochapea actual, compactada de vivienda nueva, el plurilingüismo se mantiene terne, aunque ahora las lenguas son, eslavas, magrebíes, subsaharianas y las melódicas variantes del castellano de América. Pero esa es otra historia, que tocará a otros contar un día.

La feria de ganado equino se mantiene miniaturizada en un polígono alejado de la ciudad. El viejo la visitó hace unos años con un sentimiento ambiguo: creía volver a la infancia y estaba en un parque temático.