Europa después de la guerra de Ucrania, I

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el relato de los hechos se hacía después de que estos tuvieran lugar y la tarea estaba a cargo de los historiadores. Vivimos, sin embargo, tiempos acelerados y el relato debe acompañar a los hechos y, si fuera posible, adelantarse a ellos. Bien es cierto que esa narración a priori se le llamaba antes propaganda, pero este es un término que ha perdido apresto y respetabilidad, así que le llamamos relato. Para Europa, el relato oficial de la guerra de Ucrania empezó a la vez que la invasión rusa misma y la consiguiente e inmediata resistencia de los ucranianos, de modo que la narración de los hechos seguía una secuencia aparentemente clara y lógica: Rusia ataca, Ucrania se defiende y Europa apoya a Ucrania. La moraleja debería desprenderse naturalmente, como una fruta madura: estamos en una lucha por la independencia, la libertad y democracia de un país.

La votación celebrada en las nacionesunidas en la que se condenó a Rusia por la agresión a Ucrania deparó una sorpresa que quizás no debiera serlo. Más de una treintena de países se abstuvieron en la votación y otra docena no asistió a la sesión, cuya población total suma más de la mitad de la humanidad y entre ellos hay varias potencias mundiales y regionales. El mensaje de esta abstención es: nadie aprueba la invasión de otro país internacionalmente reconocido pero está lejos de ser obvio que, en este caso, la responsabilidad sea exclusiva del invasor y no compartida por el invadido y, sobre todo, por quienes le apoyan.

En resumen, la mayor parte de los habitantes del planeta no quieren que este conflicto, que consideran local,  les joda la vida. Y ya está ocurriendo. El bloqueo de la exportación de cereales en los puertos ucranianos amenaza con una hambruna que azotará a los países más vulnerables de África y Asia; entre otros, los de la cornisa meridional del Mediterráneo, es decir, la frontera sur de la unioeuropea.

No es lo mismo contar una historia en un teatro con la platea llena de espectadores bien cenados que contarla a una inabarcable multitud con el estómago vacío. Europa teme estar perdiendo lo que llaman la batalla por el relato de esta guerra. El primer efecto, apenas perceptible, de la participación occidental en el conflicto ha sido desplazar a Rusia a la vera de China. Ambos países no son aliados naturales e históricamente no se han llevado bien ni cuando compartían régimen comunista pero basta que China perciba algún riesgo para sus intereses en esta guerra y un seísmo recorrerá el planeta. La influencia de China, al contrario que la de Rusia, no es irrelevante en los países que antes llamábamos desdeñosamente del tercer mundo y que ahora se han abstenido en la votación de la onu.

El responsable de la diplomacia europea, nuestro paisano don Borrell, al que la guerra de Ucrania le ha otorgado el don de una segunda juventud, pide a los europeos unión para estar presentes con nuestra verdad y un plan profesional de contraataque informativo al relato ruso. La mera llamada a la unión ya delata la debilidad de la desunión, obviando la evidencia de que no es fácil aunar en un santiamén y por una causa sobrevenida e inesperada la retórica de veintisiete países que tienen a gala la exhibición de sus discrepancias a la menor oportunidad. Son muchos años de dilaciones y apaños en el robustecimiento de la unioneuropea para que ahora se puedan atar todos los cabos en un instante, empezando, por no ir más lejos, con la demanda ucraniana de ingreso en la unioneuropea.

Las guerras mundiales del siglo pasado empezaron como un conflicto local europeo en el que los países que ahora desconfían no sin razón de nuestro mensaje se vieron involucrados a la fuerza para aportar soldados como carne de cañón, materias primas y territorios empleados por los contendientes europeos como reservas estratégicas. La descolonización que vino después no suturó sino que abrió más la brecha entre las antiguas metrópolis y los países descolonizados. La última prueba, para no remontarnos muy lejos en el tiempo: la codicia con que occidente ha gestionado la producción y distribución de  vacunas en la reciente pandemia. Ya puede don Borrell ir preparando el argumentario europeo, va a necesitar imaginación y paciencia.