Los invitados a las fiestas de Boris Johnson en los jardines del número 10 de Downing Street formaban la élite de la administración británica pero estaban instados a llevar consigo la bebida, o aunque sea, unos panchitos o unas patatas fritas. Ahora, los invitados a la guerra de Ucrania –la élite del mundo libre- también están obligados a aportar algo a la convocatoria. España ha ofrecido dos fragatas y algunos aviones. Fiestas y guerras se hacen a escote y cada uno aporta lo que puede. Lo importante es no perderse la juerga y no aparecer ante todo el mundo como un cenizo resentido. En el pepé, que de fiestas y guerras saben un rato, ya han anunciado que apoyarán a don Sánchez en la batalla de Ucrania. En nuestra derecha carpetovetónica (perdón por el pleonasmo), la guerra está en el adeene, y más si es contra Rusia; de hecho, los ancestros políticos de don Casado y compañía fueron los únicos europeos que en el siglo pasado lucharon contra Rusia y salieron ganando, así que puede decirse que son unos expertos de la guerra en la estepa.

La crisis ucraniana está en fase prebélica. Por ahora, los contendientes se limitan a hacer aspavientos y soltar gruñidos, como en las hakas maoríes, donde se trata de amedrentar al adversario y con suerte ganar el lance sin llegar al enfrentamiento físico. Rusia ha distribuido unos vídeos muy vistosos sobre lo que tiene preparado, con tanques e infantería pesada haciendo maniobras de guerra urbana, que los telediarios occidentales distribuyen encantados. Dícese que tienen cien mil efectivos dispuestos para la ocasión y al más lego en estrategia militar se le ocurre que con esa fuerza no puede ocupar un país de la extensión de Ucrania y mucho menos mantener la ocupación el tiempo necesario para cambiar el estatus de la zona. La solución militar en la que parece que se ha enfrascado don Putin está condenada al fracaso. Incluso, los materiales de propaganda rusa que emiten las cadenas occidentales sirven a la estrategia de su adversario, que con ellos infunde miedo a su propia población y justifica la respuesta, que según don Biden, va a ser de cuidado. Una cosa parece cierta, o lo de Ucrania termina en un bluf o nuestros herederos van a estar pagando la factura durante unas cuantas décadas.

Un rasgo de esta crisis es que los dos contendientes –Putin y Biden, para no mencionar a la atribulada Europa- comparten la circunstancia de que no están en su mejor momento y quizá se les haya pasado por la cabeza la idea de que una guerrita puede hacer que recuperen el prestigio, sobre todo internacional, que vienen perdiendo en la rutina de los días. Rusia es una potencia con severos déficits demográficos, económicos y territoriales, que si se inclinara hacia oriente estaría condenada a un papel subsidiario respecto a China. Biden, a su vez, pierde popularidad a chorro y, entre otras dificultades, aún no ha conseguido convencer al tercio trumpista de su país de que su elección fue legítima. Por ende, puede apostarse a que ni ucranianos, ni rusos, ni europeos, ni norteamericanos quieren la guerra, aunque ese estado de ánimo puede cambiarse con un masaje propagandístico adecuado.