El candidato de los liberales ibéricos don Rivera nombra asesor electoral a un gozquecillo como el emperador Calígula nombró senador a su caballo. El romano adquirió por eso fama histórica y el político hispano ha llevado su fama hasta el último confín de las redes sociales; ambos con la misma caracterización: idiocia aguda. Lo que distingue la Roma clásica de la España postmoderna es la medida del tiempo. Para que un personaje de la antigüedad destilara una figura histórica reconocible era necesario el paso de muchos años, el testimonio acumulado y contradictorio de muchos testigos, la reconstrucción de muchos historiadores,  y aún así, lo que nos llega de él es una sombra, una hipótesis donde pugnan la verdad y la leyenda.

También don Rivera es un personaje hipotético, del que no se sabe qué es verdad y qué fantasía, pero en su caso la percepción es universal y el diagnóstico, instantáneo. La chifladura de Calígula aún podría ser tema para un simposio especializado en alguna facultad de historia, pero la de don Rivera es un tópico universalmente aceptado. La mitad de la existencia de los emperadores romanos se alojaba en las estatuas de mármol que les dedicaban sus súbditos; la mitad, o los tres cuartos si se quiere, de la existencia de nuestros amados líderes habita en la república digital donde comparten alojamiento con toda clase de plebe, en el sentido lato de la palabra. Las redes sociales son el albergue de los mendigos de fama.

Los indepes catalanes han pasado un trance similar. No tienen una república analógica –es decir, análoga a otra reconocible, como son análogos los bustos de tal y tal otro emperadores romanos-, así que se han refugiado en una república digital que don Sánchez ha combatido mediante un decreto, como don Quijote contra los molinos, que son o no gigantes según se mire. El obsequioso diario de referencia llama a esta medida un golpe de efecto. Para partirse de risa. El decreto prohíbe operar desde territorio español en servidores instalados fuera de la unioneuropea (lástima que el gobierno en funciones no sea tan diligente con los operadores financieros que siguen la misma pauta), pero es lógico que, si los indepes quieren irse de España, lo hagan cuanto más lejos mejor, de la misma manera que Alicia escapó de las rutinas familiares al país de las maravillas. Entretanto, los indepes que se quedan aquí en este mundo real se dedican a pegarle fuego. La realidad, o lo que queda de ella, es tan dura que resulta comprensible la huida a neverland, donde sea posible que un perrito de compañía sea asesor electoral o senador autonómico, y donde haya una república poblada de monigotes, o perfiles, como se dice en jerga, tejidos por ordenador con banderas, himno y toda la pesca, y donde don Torra es el avatar virtual de don Torra. ¿Qué mal hay en eso?

P.S. Después de escrita esta entrada, nos enteramos de que el caudillo voxiano don Abascal han comparecido en público con un tigre. La proliferante y amenazadora estupidez de esta patulea de necios que aspira a gobernarnos pone a prueba el humor del más templado de los observadores.