Un idiota ha tenido una ocurrencia. Otro idiota le responde. El tercero tiene otra ocurrencia. Seguir los saltos de la rana de nuestros líderes políticos embota las meninges y te vuelve loco si no tienes la oportunidad de vivir ajeno al fragor de la plaza pública, lo que significa cerrar todos los canales de comunicación y con ellos la información que nutre tu razonamiento y te constituye como ser político. Vivimos en una época regresiva en la que el individuo, si quiere mantenerse cuerdo, debe imitar al famoso trío de primates que no quieren ver, ni oír, ni hablar. En tiempos más recios, esta imagen ilustraba sobre la cobardía y la complicidad con la tiranía; ahora, en una atmósfera completamente tóxica, se ha convertido en un logotipo de salud pública. El país está colonizado por cinco idiotas; los cinco son varones, por cierto, aunque la situación no mejora si descendemos al segundo nivel del elenco, formado por mujeres empeñadas en fungir de  servicio doméstico del macho alfa de su grupo. En tiempos de feminismo rampante, los jefes de las cinco facciones pueden materializar el clásico sueño húmedo de poseer un harén rendido y sumiso.

La renovación de la clase política ha tenido un efecto perverso e inesperado y ha elevado a lo alto de la cucaña a cinco tipos criados en el bienestar y los videojuegos, narcisistas, eufóricos y absortos. Ninguno de los cinco jefes de filas del arco parlamentario ha administrado nunca un presupuesto público ni ha gobernado a ningún colectivo cívico, ya sea una comunidad de vecinos o un club deportivo de barrio, y carecen de otra experiencia laboral y social que no sea el cabildeo por el poder en el seno de sus propias organizaciones. La mayoría ni siquiera tiene una carrera académica solvente. Son, eso sí, desparpajados, insolentes y obscenamente autocompasivos. La mezcla de videojuegos y enseñanzas recibidas en las escuelas de negocios ha reducido el ejercicio de la política a una rudimentaria teoría de juegos: chicken game, dilema del prisionero y todas esas sandeces, amplificadas por una legión de comentaristas que bailan el agua a unos y a otros. Este coro mediático no solo amplifica el espectáculo sino que, al erigirse en instrumento de la sociedad, lo legitima y lo blinda.

Lo que haya de salir del circo de este verano, ya sea por repetición de elecciones o por algún apaño de última hora, será un gobierno vulnerable y desacreditado. Se han insultado, menospreciado y burlado tanto unos de otros, han forzado de tal modo los plazos y las funciones institucionales, han retorcido hasta qué punto las evidencias empíricas, que el resultado no puede ser sino un adefesio. Es posible que los gobiernos débiles, erráticos e impotentes sean un rasgo característico de esta época, puesto que los vemos en otros países, y que el parlamento haya dejado de ser el lugar del debate y del acuerdo para convertirse en un parque de atracciones con autos de choque y montaña rusa. Y no es posible sino seguro que el observador es demasiado viejo para esta mandanga. El problema lo tienen los jóvenes.

P.S. Los cinco idiotas a los que se alude en este comentario son, para que no haya dudas, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal. Prueben a llamarlos así, idiotas, y sentirán un gran bienestar, siquiera momentáneo. También pueden añadir otros nombres a esta nómina sin miedo a ser inexacto.