El apocalipsis es el horizonte en nuestra cultura. Nadie entiende los términos de la profecía pero todo el mundo sabe lo que quiere decir y cualquier incidente masivo e inédito adquiere los tintes del libro. El coronavirus, ahora mismo. El apocalipsis es una droga adictiva. Vivimos esperándolo, como un yonqui en una esquina.
Cuentos para el coronavirus
«Cuando me abandono a mis pensamientos y considero vuestra natural sensibilidad, me doy cuenta que la presente historia tendrá, en vuestra opinión, un comienzo pesado y enojoso, pues os recordará el hecho doliente de la mortífera peste pasada, tan dañina y lastimera para quienes la sufrieron o supieron de ella de otro modo».
Economía vírica
Cierre de fábricas, paralización del transporte, inactividad en los puertos, colapso turístico, desplome de las bolsas, etcétera. Es cosa de poco tiempo que algún funcionario del ministerio del ramo dé una rueda de prensa diaria para explicar la marcha de la oferta y la demanda al unísono con el funcionario de sanidad que con encomiable probidad nos da noticia de los vaivenes epidémicos.
La ciudad de las mujeres
El viejo se echa a la calle ocupada por la militancia de las mujeres. Lo hace por sentido cívico, por la convicción de que el feminismo es la primera y más importante revolución de este siglo ¿y a quién no le gusta ser testigo de una revolución? y porque sus nietas están ahí manifestando su derecho al futuro con una pancarta en la mano.
No me lo cuentes
La serie Cuéntame y la monarquía son el cuento de nunca acabar y es inevitable que estén impregnados de corrupción hasta las cachas para que resulten verosímiles en este país en que la corrupción de las elites es la única constante reconocible desde que hace siglo y medio decidimos ser demócratas. Así que no me lo cuentes, ya sé el final.