El afán derogatorio del así llamado régimen del 78 es tan intenso en la generación que se apresura a tomar el mando de la cosa pública que diríase que estas cuatro décadas en las que ha estado encapsulada la vida de la generación del escribidor han sido un sueño. Tiempo demasiado lejano para el recuerdo de nuestros hijos y demasiado próximo para el interés de los historiadores. En los discursos tribunicios de los líderes emergentes la llamada transición está de moda como un idílico periodo de consenso, si el orador es de derechas, o un pasteleo inmundo, si es de izquierdas. Lo que queda de aquellos tiempos es la titilación de recuerdos mínimos y fragmentarios en la memoria de los supervivientes. En el café de media mañana, Liberius comenta que le ha llamado una periodista de nuestra quinta para interesarse por los atentados que sufrió la librería que regentaba a finales de los años setenta, cuando los antepasados de los voxianos lanzaban cócteles molotov y disparaban contra la letra impresa con subfusiles automáticos obtenidos de la policía. Liberius aún recuerda los títulos atravesados por las balas: un ensayo de Respuesta teológica al padre Díaz Alegría y un tratadito sobre La ciencia en la antigua Grecia.

Visto en la distancia, todo adquiere un tinte tragicómico. Quirón advierte que estos días ha reaparecido en el chirrión de las noticias don Jesús Aguirre, duque de Alba, del que Quirón decía que era su cursi favorito cada vez que su impostada pluma se exhibía en las tribunas de opinión del periódico de referencia, hoy convertido en un papelín intrascendente. Don Aguirre representa mejor que nadie el oportunismo y la simulación que fue parte sustancial de la época y no es casualidad que su memoria haya sido objeto de acerada revisión por parte de la generación joven. Tenía un oído de zapato y fue director general de música en el ministerio de cultura; cura y animador de salones y mentideros; escritor de prólogos y agraciado con un sillón de la academia; de origen plebeyo y duque consorte de Alba; homosexual y amante de su extasiada esposa. Un tipo, en resumen, al que se recordará por su característica sonrisa mefistofélica que, según dicen quienes le padecieron, era la expresión más genuina de su alma. ¿El espíritu de la transición? Este trampantojo andante se convirtió en personaje literario en manos de dos autores: el progresista epicúreo Manuel Vicent y el savonarola de la época, Gregorio Morán. Para ambos fue el paradigma de un periodo visto desde perspectivas opuestas. La expresión de la joie de vivre  para el primero; la máscara de la miseria de la intelligentzia para el segundo. Los revisionistas del régimen del 78 habrán de tener en cuenta también los sueños de quienes lo vivimos encerrados en él.