Dicen que los viejos tienden a olvidar lo recién hecho o acaecido mientras recuerdan con nitidez lo sucedido décadas atrás. En resumen, tienen una muy disfuncional memoria cercana, que los vuelve inhábiles para las adaptaciones que exige la vida diaria, y una propensión a sumergirse en la memoria remota, donde la leyenda habita. Si vale el testimonio de un aprendiz de viejo, estas afirmaciones sumarias son verdades a medias. En la edad tardía, la memoria no es una necesidad, como en el opositor a notarías, sino una recreación que quiere ser placentera y exculpatoria y de ese modo se manifiesta o se oculta. La memoria senil es un artefacto tuneado que tiene una función terapéutica y que solo provoca una falsa admiración en quienes quieren adular al viejo con algún fin inconfesable; como se admira a un motero, que también suele ser un viejales. La memoria no es una variable independiente de la condición senil sino un factor subordinado al carácter y las necesidades del memorioso, que se recuerda a sí mismo como le gustaría ser recordado. El viejo pasa los días, sin saberlo, pensando en su epitafio, que querría escribir él mismo. Es obvio, así, que mira más al pasado que al futuro porque este es una pendiente inmediata que termina en el abismo.
La tarea consiste en sujetar esta deriva mediante rutinas que anclen el presente, esa inestable chalupa que se deja arrastrar por la corriente. Y estas tareas requieren también de la memoria: ¿dónde se guarda el bote del té?, ¿cómo se llama el vecino de enfrente en el descansillo?, ¿cual es la clave del wi fi?, ¿qué teléfono es el del fontanero? Es esta la clase de desmemoria que temen los viejos y quienes les acompañan porque prefigura su ausencia antes de que se hayan ausentado definitivamente. Pero, cumplidos estos menesteres, el viejo se recuesta en su memoria remota y pastorea los recuerdos con el secreto propósito de crearse un relato, una identidad. Que la vida, su vida, no haya sido el escenario caótico, azaroso y amoral que parece ser a menudo. Una historia contada por un idiota. Y ahora, sopla las velas de una vez.
Me gusta el texto. Soy aprendiz de viejo.
Un abrazo.
Hola, Alfredo. Gracias. Me alegra saber de ti. Un abrazo.