El senado tiene una doble función como moridero de dinosaurios o albergue de zombis y como cámara de segunda lectura, destinada a enmendar lo que aprueba la primera si el resultado no conviene al gobierno. La supresión de este armatoste institucional es uno de los tópicos del debate político, que reverdeció por última vez con la irrupción de los partidos emergentes hace un año y medio. La murga es conocida; se habla del asunto como si el senado fuera un edificio en ruina y su demolición pan comido, pero, pasadas las elecciones que dan lugar al manido debate, los senadores electos vuelven a su siesta, hasta la próxima. En origen, el senado iba a ser algo así como una cámara territorial donde se expresara el pluralismo identitario y de intereses que, al parecer, bulle en esta nación de naciones, como se dice ahora, pero lo cierto es que, por razones obvias derivadas del sistema electoral mayoritario que opera para los electos de la cámara alta, es la institución más unánime del sistema y la que mejor cumple la función de piedra al cuello para impedir cualquier reforma que merezca ese nombre. Ahora va a servir para revertir la prohibición aprobada en el congreso de amputar el rabo a los perros, una cuestión que el pepé ha convertido en asunto mayor, a pesar de que el convenio europeo que prohíbe la mutilación de mascotas data de 1987 y el gobierno español lo firmó en 2015, aunque aún no lo había ratificado. Ser reaccionario consiste en creer que cualquier cambio en el paisaje, por ejemplo, que los perros conserven íntegra su columna vertebral, afecta de manera irreversible al mundo tal como lo conocemos. Se empieza respetando la integridad anatómica de los animales domésticos, que antes que nada son una propiedad privada, no se olvide, y se termina en una comuna de podemitas. En este sentido, el pepé es un partido reaccionario a tiempo completo y a pleno rendimiento veinticuatro horas al día, hasta el punto de sacar de su modorra al senado para frenar una norma de sentido común aprobada por el levantisco congreso de los diputados donde el gobierno está en minoría. Los perros de caza son, como los toros de lidia, animales de la mitología doméstica de nuestra derecha, y en este caso esta trata  de que se pueda amputar el rabo a estas razas de canes para evitar que golpeen con él a su propietario (a lo que llaman efecto látigo) durante sus nerviosas correrías por la paramera. Y para eso han llamado a sus puestos de combate a los adormilados senadores. Senadores y perros de caza son emblemas de un paisaje antiguo, rancio, ensimismado, pero que de una manera vívidamente gráfica describe el espíritu de nuestra derecha y el barro en el que estamos enfangados.