En el ámbito literario del castellano, Charles Dickens es un autor infantilizado del que puede decirse que solo son (re)conocidos unos pocos títulos – Cuento de Navidad, Oliver Twist– porque han sido vertidos y adaptados para el cine, el teatro y la tele. El resultado es que el novelista inglés no ocupa el lugar de respeto que le correspondería junto a otros titanes de la novela decimonónica, rusos y franceses, por ejemplo; basta ojear los anaqueles de cualquier librería generalista para advertir este lamentable déficit. Y no es por falta de traducciones porque desde unos años atrás las editoriales, sobre todo las independientes de nuevo cuño, han comprendido la necesidad y el placer de leer a Dickens y tienen sus obras en catálogo. En este marco que calificaríamos de despiste lector, nos ha llegado como un regalo feliz un selecto ramillete de escritos periodísticos del novelista, traducido y editado por Dolores Payás y publicado por Gatopardo Ediciones con el título de Pasiones públicas, Emociones privadas.
En estas páginas el lector encuentra la materia prima de los relatos de ficción de Dickens: los temas que atraían su atención y movilizaban su imaginación. También encuentra su inequívoco estilo: plástico, vigoroso, empático y asertivo, en el que el relato se imbrica en los hechos y discurre con ellos guiando la percepción del lector y despertando sus sentimientos. La treintena de artículos que contiene el volumen atañe a muy variados asuntos, que ofrecen una panorámica de las preocupaciones del autor y que, por un efecto especular, dan al lector una semblanza de éste. Dickens y su entorno urbano, social e institucional (también familiar, a su pesar) están en este libro. Era un paseante infatigable e insomne (treinta kilómetros diarios, de día y de noche) y el lector tiene la oportunidad de acompañarle por las calles y salones de Londres y visitar con él los tribunales, los asilos de indigentes, la morgue, los cementerios, el parlamento, los hogares de la clase obrera, las pompas de la realeza, las reformas educativas, las casas de comidas, la moda indumentaria de la época, y en todos estos hitos el lector está invitado a compartir con él su perspicacia, su humor, su compasión y su encendido vigor cívico.
Dolores Payás ha ordenado este material en dos bloques, como indica el título del volumen: las pasiones públicas retratan al ciudadano y las emociones privadas, al individuo. Y cada uno de estos bloques, a su vez, esta segmentado por grupos de cuatro o cinco artículos agavillados por temas y precedidos de una nota introductoria que da noticia de la lógica selectiva de la editora y contextualiza el material seleccionado. Los artículos del primer bloque son más discursivos y genéricos y los del segundo, más circunstanciales y concretos, pero la proximidad entre ambos es evidente. Dickens se sentía atraído y concernido por los hechos pero era ajeno a la especulación abstracta. El tono es común a todos: una mezcla en dosis variables de sobrio dramatismo y humor contenido que en ocasiones se asoma al abismo, al que su talante conservador le impide saltar. Su fuerza inagotable es literaria, no política, y se concentra en la empatía contenida en sus relatos. ¿Qué lector actual puede decir que un artículo de prensa le ha hecho reír o llorar, literalmente? Pues bien, Dickens lo consigue en asuntos de los que no tenemos referencias. Podemos imaginar el impacto en el público de la época.
Dickens, empresario, editor, publicista, conferenciante, además de novelista de éxito, fue un hombre público y notorio en el mismo sentido que se puede aplicar a cualquier celebrity o influencer actual y, como les ocurre a estos, tuvo que pagar un precio por la invasión a su intimidad, y en este trance fue también precursor de las notas de prensa destinadas a zanjar un embarazoso asunto personal. Es el último artículo recogido en el libro y contiene una mentira, como destaca la editora, que dedica el episodio una merecida atención. El escritor mantuvo una dilatada relación extramatrimonial que con una actriz treinta y seis años más joven que él, a la vez que sometía a maltrato a su esposa a la que pretendió ingresar en un manicomio. Esta situación era conocida y comentada en el entorno de Dickens y le llevó a publicar una nota en la que califica como falsedades abominables los rumores relativos al conflicto doméstico. La nota, solemnemente titulada Declaración personal, es bastante larga y está escrita con la prosa envolvente y persuasiva que se dirige a quienes van a saborearla a sabiendas de que no es más veraz que uno de esos atropellados tuits que consumimos a diario.
Este volumen bien podría considerarse un clásico, el tipo de libro que se tiene a mano y al que se recurre en busca de aliento o inspiración: un companion book, para decirlo en la jerga editorial del país de Dickens. Payás, anglófila literaria convicta, ha sumado a su competencia profesional como traductora una pasión de la que da noticia en el epílogo y en un apéndice dedicado al oficio de la traducción. Creo que esta pasión se advierte en el resultado porque es pertinente a un escritor tan apasionado como Dickens.
Es verdad, Dickens no tiene mucha presencia en nuestras librerías, tampoco Balzac, Zola, Dostoyevski o el propio Galdós. La gran novela burguesa del XIX sigue siendo frecuentada por unos pocos pero raramente entra en las novedades. Sin embargo, leer a Dickens no es una tarea arqueológica o del gremio académico.El funcionamiento implacable de la banca, la especulación inmobiliaria, el clasismo acérrimo frente a una democracia frágil e injusta, el esclavismo camuflado por jornales mínimos son escrutados por el novelista con una mirada que no nos es ajena hoy. El personaje del trepa y el arribismo social (uno de los temas esenciales de la literatura de la época: Las ilusiones perdidas, Rojo y negro, La desheredada, etc) , que es igualmente actual, no ha sido tratado con tanta ironía y verdad como lo hace Dickens en Grandes esperanzas. Aparte de todo, tiene un inglés brillante con metáforas que deslumbran y un humor que pasa de la crueldad a la amabilidad con un estilo vertiginoso. Buscaré la edición inglesa de esos artículos, que nunca he leído.