El otro día el sanedrín celebró un ágape en casa de Quirón. A la sobremesa contemplaban el jardín donde había aterrizado una bandada de mirlos que estaban de merienda, picoteando afanosamente en la yerba recién cortada; en un momento dado, sin duda advertidos por una inaudible señal de la naturaleza, los mirlos levantaron el vuelo y desaparecieron. Ni uno solo quedó rezagado. Es lo que ha hecho ferrovial con el voto favorable del noventa y pico por ciento de la bandada que lo constituye: levantar el vuelo hacia jardines más promisorios donde se pagan menos impuestos. El comportamiento del capital se inspira en la naturaleza y se basa en un principio de supervivencia, engorde y reproducción, idéntico al que mueve a las demás especies vivas con las que los humanos compartimos el mundo pero respecto a las cuales no somos capaces de entender su lógica. ¿Qué picoteaban los mirlos?, ¿por qué deciden desaparecer en ese momento y no antes o después? Cierto que hay ornitólogos para los mirlos y economistas para el capital que intentan establecen patrones de conducta previsibles en sus respectivos campos de estudio pero, por más que afinen sus teorías, la decisión última de mirlos y capitalistas nos sorprende siempre. Quizá a ese estupor se daba el anhelo que expresa el lenguaje popular de encontrar un mirlo blanco. No, los mirlos son negros y los capitalistas, también.

Hubo un tiempo en que el capital parasitaba al estado: así creció y ganó porte ferrovial.  Ahora estamos en otra fase evolutiva. Ni ferrovial ni las demás bandadas del capital necesitan al estado; es más, preferirían destruirlo y que el ecosistema disponible se extendiese hasta donde alcanza la mirada, como el primer día de la creación. Esta nueva situación significa volver al estado de naturaleza, es decir, a la jungla, pero el capital tiene dos recursos para que esta perspectiva no le intimide. Uno, ferrovial y otras grandes bandadas de dinero se creen lo bastante fuertes para sobrevivir en una lucha despiadada, así que, en su cálculo, serán otros los que perezcan, en el buen entendimiento de que la muerte solo le espera a ciertas marcas corporativas y a quienes las representan, es decir, mueren solo los accidentes del capital y no su esencia, el capital mismo. Los mirlos son inmortales y, si en algún momento se registrara su extinción biológica, otra especie de pájaros vendría a picotear en tu jardín.

La segunda salvaguarda de futuro con la que cuentan los mirlos es la extraordinaria resistencia del estado a pesar del saqueo al que es sometido. En caso de crisis, basta proclamar que se trata de una crisis sistémica para que el estado cargue sobre sus hombros, es decir, sobre la sociedad que lo constituye, los costes derivados, por onerosos que sean. ¿Quién se negaría a dar alpiste a unos pajarillos ateridos aunque haya sido su irresponsable comportamiento el que ha provocado la catástrofe? Al salvar a los pajarillos recuperamos para nosotros mismos lo mejor de la condición que nos hace humanos aunque a los pajarillos mismos este proceso del alma les importe un carajo y solo esperen a que escampe para volver a las andadas.

La rapiña de los mirlos en el jardín de Quirón dio lugar a un amigable intercambio de divagaciones ornitológicas, lo que en estos tiempos equivale a decir que ni el anfitrión y ni sus invitados echaron la culpa de este comportamiento pajarero a don Sánchez. En general, estos vejetes, en la medida que representan a la sociedad, dieron muestra de mayor cordura que la que se ha visto en el debate público sobre la fuga de ferrovial. De un lado, los lamentos del gobierno de izquierda, del que cualquiera diría que la decisión de la empresa le ha tomado por sorpresa; de otro, la furia de tintes nihilistas de los serviles de derecha, que preferirían que los mirlos fueran buitres. Entrambos representan al estado y todos esperan que vuelvan los mirlos a picotear en el jardín.