Para quienes no hemos visitado  este parque natural, Doñana es el nombre de un problema, una suerte de tumor, que a veces parece contenido y otras, como ahora, registra una recidiva. Doñana es el nombre de una batalla bíblica. Adán y Eva no fueron expulsados del paraíso, como sugiere la tradición, es decir, no hubo desplazamiento del lugar, solo comprendieron que tenían que arar la tierra, talar los árboles, abrir pozos, cazar a los animales y descansar el domingo, para comprender que este esfuerzo no podía llamarse un castigo, como repiten los holgazanes, sino una lucrativa actividad que da dinero y, qué carajo, permite vivir mejor que cuando nuestros padres originarios creían que vivían en Jauja. Doñana es un paraíso terrenal para cultivar fresas, que los que vivimos lejos del lugar pagamos a doblón en el mercado y nos comemos con mucho gusto.

El retorno a esta batalla bíblica trae causa de la proposición de ley impulsada por la derecha andaluza en el gobierno, que preside don Moreno Bonilla, dirigida a legalizar las explotaciones agrícolas aún ilegales y los pozos de los que se sirven y que detraen agua de las marismas hasta convertirlas en un secarral. La iniciativa ha soliviantado a las instituciones conservacionistas, autoridades internacionales, científicos y activistas, que, todos sumados, no valen el precio de un kilo de fresas en el mercado de abastos. Pruébenlo y hagan cuentas. ¿Qué importa la suerte de una docena de grullas pavisosas ante tan deslumbrante despliegue de los poderes de la economía de mercado?

Ecologistas y conservacionistas tienen un déficit serio en este debate: no consiguen ponerle precio a los estropicios que denuncian y de ahí se deriva el carácter agónico de sus argumentaciones. Para la derecha, lo que no tiene precio no tiene valor y, en consecuencia, ahora mismo, una fresa vale más que una grulla. Una vez más, vayan al mercado y hagan cuentas. Es posible, y la derecha no se atreve a negarlo por completo, que al final de las jeremiadas de los ecologistas esté el apocalipsis pero, para entonces, la acumulación de capital debida a los honrados cultivadores de fresas y otros, hará posible que lo más selecto de la humanidad emigre a Marte. Ya hay planes para hacerlo.

Este auto sacramental de fresas y grullas ya ha tenido una expresión indirecta e inevitablemente bufa. La virgen-del-rocío, residente en Almonte, circa Doñana, ha sido ultrajada por unos humoristas de televisión -¡catalanes tenían que ser!- con gran escándalo del pueblo y el gobierno andaluces y, como corresponde al gusto por lo grotesco y lo banal propio de este país, la polémica se ha dilatado largamente y ha llevado a intervenir a todo quisque, incluidas preclaras cabezas de la teología doméstica como don Pedrojota. El caso es que, entre otros títulos honoríficos, esta muñeca engalanada también posee el de reina-de-las-marismas y he aquí que los mismos que  defienden su honor desecan su reino. Seguro que don Moreno Bonilla, el moderado, ya lo  tiene previsto y se la llevará consigo a Marte, donde con suerte no habrá catalanes y donde podrá entronizarla para que reine sobre el primer parque natural declarado en el nuevo hogar de la humanidad.