En estas fechas en que una parte de la opinión pública anda empeñada en rastrear huellas del franquismo en el adeene de nuestra democracia y parece que han encontrado una prueba irrefutable en don Martín Villa, deberían echar un vistazo al cura don Silverio Nieto, cuyas andanzas han aflorado a la superficie al revolver las aguas profundas del caso Kitchen, en el que se investiga lo que para abreviar llamamos las cloacas del estado. La estela de este cometa circunstancial aparecido en la pantalla de la investigación se remonta no a la dictadura de Franco sino, por lo menos, a la corte de los milagros de Isabel II. Es la clase de tipo que va a poner de moda otra vez las inmortales novelas de Valle-Inclán; inmortales porque no hay manera de acabar con el mundo que describen.

Don Silverio es, o era, amigo, confesor, confidente y/o correveidile del que fuera ministro de la policía en el gobierno de don Rajoy, Jorge Fernández Díaz, un personaje muy literario, cenizo y meapilas, que hacía alarde de haber encontrado la fe en un casino de Las Vegas y de tener un ángel de la guarda  al que llamaba Marcelo y que le ayudaba a encontrar plazas libres en el aparcamiento. Es lo que en la secta a la que pertenece el ex ministro se llama santa desvergüenza, que se acompaña de la santa coacción y la santa intransigencia. Un trío de virtudes que convierten a quien las posee en un monigote autoritario y peligroso que en literatura recibe el nombre de esperpento. El tal preste don Silverio aparece en este guiñol en funciones de intermediario o mensajero, cuya responsabilidad determinará el juez en su caso, pero lo más interesante de su presencia en la trama es que no fue casual sino, por decirlo así, orgánica. Don Silverio posee un genotipo inencontrable en cualquier otro biotopo que no sea la caverna que habita la derecha española.

Fue policía en el tardofranquismo, en los buenos tiempos de Billy el Niño, luego juez por oposición y  ya cumplidos los cincuenta y pico recibió el don divino que le invitaba a investirse de las órdenes sagradas. Quizá porque necesita una autoridad incontestable sobre su cabeza y las nuevas autoridades civiles eran dubitativas y relativistas. Pero su formación le acredita para intervenir en situaciones extremas y aparentemente insolubles, que requieren sigilo, habilidades relacionales y desenvoltura. Para decirlo en clave de cinéfilo, es el equivalente al señor Lobo, el solucionador de problemas que aparece en Pulp Fiction, la peli de Tarantino. El vaticano y la  conferencia episcopal española apreciaron las cualidades de don Silverio para estas componendas y le pusieron al frente de la asesoría jurídica con la misión, entre otras, de aplanar los escándalos de pederastia que empezaban a emerger hace unos años. El padre de una de la víctimas entrevistadas por don Silverio ha protestado públicamente porque el objetivo de estas entrevistas no era sino invalidar el testimonio de la víctima mediante la manipulación de los detalles aportados. Don Silverio lo niega porque su moral se rige por dos principios: la obediencia a la autoridad, tanto más si es divina, y el cumplimiento de la misión encomendada. Un tipo de confianza.

Esta entrada ha sido inspirada por las informaciones y comentarios de Quirón y Iaccopus en el café de media mañana y está impulsada por lo que podríamos llamar desaliento cívico. Cuando llegas a este mundo crees que lo dejarás un poco mejor que el que te legaron tus padres, en vano. Todas las esperanzas han sido burladas. La corrupción ha reventado una vez más las cañerías del estado y la mierda acumulada nos ha saltado a la cara, y en ella está, chapoteando alegremente, el cura.