Es el sintagma más intimidatorio del léxico político. Lo sabemos por las teleseries. El bueno dice, con cara de pocos amigos, “es una cuestión de seguridad nacional”, y ya podemos estar seguros de que el tipo que ha aparecido en la secuencia anterior –con barba, calvo, con gafas, con chilaba, basta cualquiera de estos atributos pero mejor si reúne los cuatro- se encontrará con la bala de un sniper alojada en la cabeza. “Es una amenaza para la seguridad nacional”, fue lo mejor que se le ocurrió decir al premier Cameron sobre la elección de su compatriota Jeremy Corbyn al frente de los laboristas. Teniendo en cuenta que ambos han convivido largos años en la Cámara de los Comunes, sorprende que Cameron no se diera cuenta antes. Se ve que el parlamento es una madriguera de bichos y mutantes de todas las especies, como el bar de La guerra de las galaxias, y no te fijas en los detalles. El mismo Cameron se ha transformado del pijo convencional de clase alta que fue en centinela de la seguridad nacional. Claro que cuando se ha sido lo bastante pijo siempre queda un rastro de farlopa que enturbia la imagen y quizás la vista del centinela. No es una casualidad. Visto en perspectiva –galáctica, digamos-, los euforizantes y la seguridad nacional mantienen un lazo inextricable. Berlusconi blindó, por razones de seguridad nacional, su finca particular en Cerdeña, donde celebraba las sesiones de bunga bunga con sus homólogos y homólogas. Ahora la finca la ha comprado un jeque árabe, suponemos que también por seguridad nacional. Israel es el país que más réditos internacionales ha sacado a este mantra, hasta el punto de incluir las bodas en el protocolo de la seguridad nacional, siempre que los contrayentes sean lo bastante pijos y estén lo bastante eufóricos. La modelo Bar Refaeli y su futuro esposo han pedido a su gobierno que cierre el espacio aéreo del lugar donde se van a celebrar las nupcias y obligarán a los invitados a dejar sus dispositivos móviles, cámaras y demás hardware en la garita de los seguratas a la puerta. Así evitarán los misiles de Hezbollah, a los terroristas suicidas y, sobre todo, a los paparazzi, que podrían aguarles la venta en exclusiva de la boda por un buen montón de lingotes de oro. Seguridad nacional.