Una de las causas de la deficiente percepción de la realidad política, que se advierte no solo en la opinión común sino también entre los analistas, que se la cogen con papel de fumar para no llamar a las cosas por su nombre, nace de un problema de perspectiva cuya resolución exige cierto esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a hacer. La historia es la única herramienta que tenemos para alumbrar el túnel del futuro; sin embargo la historia, el pasado, tiene la perversa cualidad de hacernos creer que está clausurado y es irrepetible. Esta convicción es tanto más firme en una cultura que ha bebido del progresismo como agua de manantial. Nunca más, se dice la sociedad, después de haber atravesado una catástrofe para entregarse de inmediato al blando olvido, a la espera de que la catástrofe vuelva a repetirse de una u otra manera, porque sin olvido simplemente no se puede soportar la vida cotidiana.

Esto ocurrió con el fascismo. La última visión que tuvimos de él fue de ciudades en ruinas, montones de cadáveres en los campos de exterminio y millones de refugiados empavorecidos por carreteras y caminos. Nunca más, dijeron los europeos (en España, el régimen aún duraría treinta años añadidos y terminó por adquirir una pátina de respetabilidad para miopes y optometristas interesados). El caso es que el fascismo, que forma parte del alma europea, desapareció en la oscuridad de la memoria hasta el punto de hacernos creer que quedaba enterrado para siempre. Este abrupto final nos absolvió de indagar en su genealogía, y lo cierto es que la catástrofe que concluyó en 1945 se llevaba incubando desde cincuenta años atrás, ahora hace un siglo y pico.

En origen el fascismo fue un magma brotado de las capas conservadoras de la sociedad, nutrido de filosofías antiilustradas y antidemocráticas que aventaban predicadores extravagantes y friquis de barra de bar (o de cervecería muniquesa) sobre sociedades sumidas en un malestar atmosférico y receptivas a los orates. En una segunda fase, estas ideas cristalizan en un programa político y las encarna un partido de pecho cruzado por correajes y mano dura. Ahora mismo en el mundo occidental estamos todavía en la primera fase, donde reina el friquismo: un estado del alma en que los votantes elevan a la presidencia del país a tipos que han alentado el asalto al parlamento o han hecho la campaña electoral blandiendo una motosierra. Entre nosotros, don Feijóo intenta alcanzar el objetivo que le niegan su escasa fuerza representativa y la aritmética parlamentaria agitando al pueblo para acabar con la mafia del gobierno con retórica típica de demagogo populista.

Muchos paisanos afectos al objetivo de don Feijóo obviarán su convocatoria y se quedarán el próximo domingo en casa, pero en este momento los friquis son legión y una buena porción de ellos aprovecharán el buen tiempo político para reunirse en el palacio de Vistalegre de Madrid (siempre la opulenta, la exagerada, la rebosante Madrid) donde un selecto cónclave de friquis celebra el Madrid Economic Forum, con presencia y ponencia de doña Esperanza Aguirre, acreditada criadora de ranas; don Iker Jiménez, experto en mundos esotéricos y platillos votantes, y don Ramón Tamames, hombre-bala para disparar mociones de censura que dan mucho prestigio. Encabeza esta selecta nómina de ponentes don Iván Espinosa de los Monteros, que acude en calidad de ex diputado de vox, según el mérito que destaca la ficha de la organización. Claro que también hay economistas y politólogos (alguno argentino, según advierten los organizadores) y un equipo de ponentes gold [sic] compuesto por un emprendedor y creador de contenido, un experto en oratoria y un guardia civil experto en negociación y análisis de comportamiento.

No crean que la asistencia a este excelso barullo es barata. Ser español decente, como ha llamado don Feijóo a sus enfervorizados seguidores, no está al alcance de todos los bolsillos. El precio de acceso a la sabiduría destilada en el fórum va de unos modestos ciento cincuenta euros de la entrada estándar -¿y qué dinero mejor gastado que este para oír a doña Aguirre y don Jiménez?- hasta los siete mil quinientos de la localidad diamond, correspondiente al palco de honor con váter exclusivo y la provisión de canapés, aperitivos y una cena vip.

Sería para llorar de risa si no estuviéramos ante un evento gore en la que estas figuras emplumadas se convierten después de las doce de la noche en zombis devoradores de carne humana, como en una peli de Tarantino.