Fue uno de esos políticos transitorios, luego ministro, que patronean nuestras vidas el que dijo, refiriéndose al gobierno de la época y a la oposición que él encarnaba: que caiga España, que ya la levantaremos nosotros. Quien, en su visión, destruía el país era el gobierno socialista de entonces y el llamado a levantarlo era la derecha del pepé. Esta creencia redentorista sobre el papel de uno mismo en la historia es típica del conservadurismo, quizá de matriz cristiana, para el que el mundo se divide en cielo e infierno y el infierno son los otros, como en la obra de Sartre.
Claro que no es tan fácil hundir un país, si tal cosa significa algo, así que, al menos, hay que sumirlo en una situación en la que los crédulos y acomodaticios crean sentir el temblor del suelo bajo sus pies. El salvador de la patria es una figura de gran vitola en nuestra historia. Pero, ¿cómo emerge del barro? La figura del pelao don Cristobal Montoro, autor de la sentencia antedicha, no ayuda a imaginarlo. Tampoco el actual don Feijóo, a la zaga de la peña mediática que berrea, crucifícalo, crucifícalo, bajo la gigantesca bosta que cubre el maravilloso cielo azul de Madrid y cuyo hedor se expande sobre las provincias del país. España es un reino de provincias y provincianos que han delegado su gobernación en los capitostes de la capital y esta, ay, se ha convertido en un aquelarre.
El caos que habrá de traernos la buena nueva es fruto del esfuerzo de un aparato intestinal empeñado en aliviarse con la esperanza de que vuelva el buen orden al organismo. De alguna manera, esperan levantarse de la taza del váter como renacidos y pasearse por las calles con el culo limpio el próximo 8 de junio. El caos puede desatarse pero ya en marcha es ingobernable; si tiene algunas reglas no están al alcance de la razón humana. Tenemos el ejemplo en la metrópoli del imperio: desde la eclosión del movimiento del tea party hace dos décadas (¿quién se acuerda de aquello?), un puñado de agitadores y estrategas dirigidos a enmerdar (Steve Bannon dixit) el orden constitucional y asaltar el poder, que llegaron al cénit de la subversión imaginable con la ocupación del capitolio de la nación (enero 2021) , han conseguido poner al frente del país a un fantasmón que ha llevado el caos a su propia casa y ampliado la onda expansiva a todo el planeta, incluidos los lugares más vulnerables a donde llega su influencia. El cada vez más diminuto don Feijóo se equivoca si cree que la tormenta fecal desatada sobre nuestras cabezas está diseñada para elevarle a la poltrona.
(La imagen: Fuente, ready made de Marcel Duchamp).