Desayuno con un sondeo electoral entre las tostadas y el té: la coalición reaccionaria pepé-vox tendría una holgada mayoría absoluta en unas hipotéticas elecciones que se celebraran hoy. Este resumen de la encuesta se parece a un oráculo de Delfos porque los datos que abonan la conclusión son contradictorios. Es curioso observar que la acumulación de datos empíricos y de conocimiento científico no mejora las prestaciones que pueda ofrecer una pitonisa cuando del comportamiento humano se trata. Veamos la letra pequeña del sondeo.
Los líderes de la izquierda perdedora en el pronóstico -don Sánchez y doña Díaz- están mejor valorados que los de la derecha –don Feijóo y don Abascal-, y una mayoría (59%) cree que un gobierno de derecha lo haría igual o peor que el actual. La querencia del cuerpo electoral se dispone a poner el gobierno en manos de un personaje universalmente detestado: don Santiago Abascal (70% de rechazo). Esto es Weimar en estado puro, cuando el malestar de la sociedad y la crisis institucional elevaron a la cancillería del Reich a un tipo del que nadie quería saber nada. Por lo demás, el moderado don Feijóo está peor valorado (62% de rechazo) que los radicales don Sánchez (58%) y doña Díaz (56%). El gobierno de izquierda lo hace mal o muy mal (57%), si bien un porcentaje aún mayor de encuestados (59%) cree que un gobierno alternativo de la derecha lo haría igual de mal o peor. Y si nos ponemos en lo peor de lo peor, el gobierno que ganará las elecciones, según los encuestados, lo hará peor (35%) que el actual (34%). Por ende, el gobierno de don Sánchez hace mejor las cosas (36%) que las haría un gobierno de don Feijóo (33%).
Pero ¿qué es Weimar? Consulte en la wiki; entretanto hablemos de lo que nos dice la encuesta. La pregunta pertinente sería, ¿por qué cuando se da un empate técnico en el electorado al juzgar las políticas concretas la escora final en las urnas se dirige hacia soluciones autoritarias o directamente fascistas?, ¿por qué la ciudadanía parece creer que el malestar que le acosa puede superarse mediante la apuesta por cierta forma de nihilismo, que encarnan como nadie los fascistas? Aventuremos tres respuestas complementarias.
El sistema económico globalizado tiene intereses y tentáculos que superan las funciones y capacidades del estado nación, y si entra en crisis, como es el caso, esta se traslada de inmediato a las instituciones políticas en un marco en que el gobierno no puede satisfacer las demandas de la sociedad cuya cohesión está cuestionada, y si las elecciones no sirven para hacer efectiva la voluntad popular, mejor una solución autoritaria, que no necesita justificarse porque se basa en la ineficiencia de la democracia.
El malestar de la sociedad, que básicamente es como siempre una agudización de la brecha entre poseedores y desposeídos (la vivienda viene al caso), alcanza, más allá de la estricta política, a las instituciones que garantizan la estabilidad del estado democrático: los medios de comunicación y la justicia. Periodistas y jueces, presionados por las circunstancias y/o llevados por sus querencias particulares, toman partido. Ambas corporaciones fomentan el caos, no siempre involuntariamente. El debate público se convierte en parloteo, la información y la desinformación van de la mano, y el alambicado procedimiento de la administración de justicia se convierte en un azaroso juego de la oca en el que el sentimiento de justicia, sea cual sea la sentencia, siempre es burlado. Ya se entiende que nada de esto ocurre en un sistema autoritario.
Y, por último, la crisis de la izquierda, la pagana última del desaguisado. Los autores de la encuesta que venimos glosando atribuyen la derrota del gobierno de don Sánchez a la debacle del espacio a su izquierda, la escisión irredenta de sumandos y podemitas. También ocurrió en Weimar. Pero no es la única causa. La socialdemocracia -la doctrina política más benéfica que ha conocido Europa en el siglo XX hasta que se decretó el fin de la historia a principios de los noventa- registra un declive desde que, primero, aceptó sin reservas el marco neoliberal; después ha intentado parchear algunos de sus desafueros sin demasiado éxito (la precariedad laboral o la vivienda, otra vez) y recientemente ha aceptado algunas premisas de la agenda de extrema derecha (en inmigración, por ejemplo). La socialdemocracia registra el temblor de su suelo electoral porque sus beneficiarios de antaño se han pasado a las filas conservadoras y los nuevos están enfrascados en el teléfono móvil, y no se sabe cómo se puede predicar una ideología comunitaria a través del amuleto del individualismo..