Poco a poco nos vamos acostumbrando a míster Trump. Ciertamente, es un matón y no pierde ocasión de manifestarlo con gestos y palabras de matón pero los matones, si no son demasiado obtusos, saben que han de dedicar la mayor parte de su tiempo en hacer negocios favorables para sí y los suyos, mientras se aseguran de que el revólver cuelga a su costado. Wyatt Earp aceptó el cargo de sheriff de Tombstone porque en esta asilvestrada ciudad ganadera se movía el dinero que era gloria, y dedicó todo su empeño en proveerse de una buena posición económica con sus hermanos Virgil y Morgan, y juntos los tres, en compañía del dentista y tahúr Doc Holliday, liquidaron a sus competidores los Clanton en el balacera de OK Corral, episodio por el esta ilustre familia ha pasado a la historia y hoy son ejemplo generosamente difundido en la literatura y el cine.

Míster Trump espera que el futuro le dedique un recuerdo admirativo análogo al que recibe Wyatt Earp como defensor de la ley y de sus intereses económicos sin distinción entre ambos, y mientras amenaza y hostiga a infelices como los inmigrantes o los gazatíes hace caja con la venta de productos derivados del cargo que, en su gama inferior, incluyen desde gorras maga y otras chucherías de autobombo hasta invitaciones bajo pago para compartir mesa y mantel con él y la sabiduría que destila. En la familia, su yerno Jared Kuchner es un egregio ejemplar de esta actividad emprendedora a la sombra del apellido Trump, pero no es el único. Nada se aprecia más en la familia que el ingenio para ganar pasta y su adorable nieta Kai ya está en el oficio del siglo, como influencer con uno y pico millones de seguidores. El contenido que provee la niña por las redes sociales consiste en recorridos divertidos y sorprendentes por la casa del abuelito donde a menudo se hace acompañar en actividades lúdicas por agentes del servicio secreto y otros empleados del servicio presidencial a los que obliga a jugar al escondite con ella por los jardines o hacerse servir una hamburguesa en el comedor de autoridades.

Claro es que estas son minucias de adolescente. El abuelo está a otras, más serias y sustanciosas. Estos días visita a las petromonarquías del Golfo Pérsico, las cuales van a obsequiarle con un avión Boeing 747, que ha dicho que utilizará como avión presidencial y que se llevará consigo a casa cuando acabe su mandato. Es imposible no leer la noticia como una exoneración de las actividades crematísticas de nuestro rey emérito, que, comparadas las regalías que recibió con las que recibe el emperador de Occidente de los mismos donantes, las suyas fueron calderilla. Se ve que estas dádivas extravagantes forman parte del modo de hacer negocios de los jeques árabes y, en consecuencia, son proporcionales a los beneficios que obtienen del trato.

Esta descarnada visión de las relaciones internacionales nos ayuda a entender mejor la murga de los aranceles, cuya enunciación sonó como las trompetas del apocalipsis para el comercio internacional y luego, entre pausas, dilaciones y rebajas, parecen más un chalaneo del que el ogro espera que los impecunes le besen el culo y los sobrados le regalen un avión o le erijan una estatua de oro frente a un casino con su nombre. En el periplo árabe, míster Trump se ha entrevistado con el nuevo líder sirio, un antiguo yihadista del que se sabe poco sobre su proyecto de gobernanza pero sobre el que se ha deshecho en calificativos elogiosos, entre ellos tipo duro, que en el código moral de Wyatt Earp parece el colmo del encomio, y como recompensa ha levantado las sanciones que pesan sobre Siria a la vez que le pedía concesiones petrolíferas y que restaurara relaciones con Israel, que ocupa territorio sirio.

En la trayectoria política de este personaje resaltan los modos ostentosos, zafios y amenazadores del matón pero al mismo tiempo empieza a perfilarse una contradicción entre el negociante y el guerrero. Los negocios y la guerra no son compatibles. La guerra o la paz exigen una atención específica, que deja fuera otras consideraciones y en la que no cuenta en primer término el interés privado aunque no esté ausente. Unos ganan y otros pierden, cierto, pero nunca se está seguro de quién ganará o perderá hasta la última carta. El grotesco e insultante vídeo sobre el proyecto turístico en la franja de Gaza libre de gazatíes es un ejemplo de esta contradicción. Trump es capaz de recrear un sueño narcisista de especulador inmobiliario, pero no cómo hacerlo realidad. Vive, como su nieta, en el mundo virtual de las redes sociales. Gran parte de la fama de su liderazgo es un producto televisivo. En realidad, es posible que le tiemblen las piernas, lo que explicaría su afición por los tiranos a los que quiere parecerse. Pero los tiranos con los que relaciona tienen una idea del poder y de su ejercicio más descarnada y realista y en ese sentido son más previsibles. Putin es el colmo de la racionalidad, comparado con Trump, que quizá un día necesite demostrar que es más duro que algunos de sus interlocutores y entonces, el que pueda escapar, que escape, parafraseando al otro.