En 1524, mil años después de las últimas invasiones bárbaras sobre la capital del imperio romano, tropas alemanas y españolas a las órdenes del emperador Carlos I de España y V de Alemania, como nos enseñaban en la escuela, invadieron de nuevo Roma, saquearon la ciudad y apresaron al papa Clemente VII y a los cardenales de la curia como rehenes. El asalto fue consecuencia de la guerra entre España y Francia (los españoles habían capturado al rey francés en la batalla de Pavía) y en las sucesivas y cambiantes alianzas y coaliciones en los dos bandos, el papa tomó partido por Francia y el emperador Carlos le respondió haciéndole preso, a lo que se sumó el saqueo de la ciudad para que la soldadesca enfurecida se resarciera del impago de sus soldadas. Entonces, como ahora, también guerreaban contratistas y la mayor parte de la fuerza invasora estaba formada por los lansquenetes alemanes, mercenarios tan espesamente pertrechados como cualquier soldado de infantería, regular o irregular, en las guerras actuales que nos llegan por la tele.
El siglo XVI alumbró la modernidad en Europa, caracterizada por una extrema belicosidad interna con muchos entrecruzamientos de intereses y mudanzas en los bandos enfrentados, donde, por cierto, el islam ya era un agente operativo en el escenario europeo con el sultán turco Soleimán el Magnífico, que tomó partido por el rey francés. En aquella Roma también había quintacolumnistas, como la familia Colonna, partidarios del invasor Carlos. A este paisaje nos enseñaron a conocerlo como la civilización europea u occidental.
Cinco siglos después, este tiempo del nuevo milenio está llamado a implantar lo que venimos a conocer como la postmodernidad y en este empeño solo contamos como referencia con los destellos que nos llegan del pasado, traducidos al incruento lenguaje de los videojuegos. En este marco virtual el emperador de Occidente ya ha saqueado al papa de Roma, se ha investido de sus ropajes de autoridad eclesiástica e imitado sus gestos pontificales, y ha difundido su mensaje urbi et orbi a lomos de las redes sociales.
Podemos imaginar que en la sede de los abogados cristianos, doña Polonia, tan tiquismiquis con las irreverencias anticlericales de humoristas, carnavales y memes, debe estar en estado shock. Después de todo, tiene un plan en el que espera que el presidente Trump y el papa que salga del cónclave apoyen su causa. Pero ahora, ¿cómo distinguirlos?, ¿a quién servir? Si a esta dama y a los esforzados portavoces de la coalición reaccionaria les sirve de consuelo, pueden saber que el emperador Carlos también era el jefe del sacro imperio romano-germánico (el equivalente a la otan actual, para entendernos), cuya referencia espiritual era el papa, lo que no impidió a Carlos neutralizar a Clemente y ocupar su lugar.
La cuestión es si debemos reírnos con el meme trumpista (vivimos en la civilización de risa) o echarnos a temblar. El saco de Roma se produjo apenas siete años después de que Martín Lutero estampara sus 95 tesis contra la corrupción de la iglesia y diera inicio la reforma protestante cuya guerras derivadas duraron casi siglo y medio hasta la paz de Westfalia (1648), que instauró el estatus interno de Europa, ahora mismo en fase de desmontaje. Los estados nacionales europeos están en una crisis permanente con gobiernos inestables y quebradizos y penetrados por fuerzas empeñadas en minar el consenso democrático. ¿Y si termina ocurriendo lo mismo en el cónclave romano, que no encuentra un candidato para gobernar la iglesia? ¿Y si después de elegido, la pugna entre médicis y colonna le impide hacer su labor? ¿Y si el elegido no satisface al emperador de Occidente y este decide invadir Roma igual que invadirá Groenlandia? Tiempos interesantes.