El viejo ha releído –segunda lectura en pocas semanas- La verdad sobre el amor, la última obra de José María Conget, un manojo de cuentos agavillados por el tema que enuncia el título del volumen, que el autor le hizo llegar en marzo pasado, recién salido de imprenta. La relectura ha estado dictada por la necesidad de consuelo; el imperativo de sacar la cabeza del aciago sainete en que se ha convertido la actualidad y llevar la atención a un paisaje donde reina la inteligencia, la ironía y la compasión. Los viejos recurrimos a la relectura, no porque necesitemos reforzar nuestras convicciones sino porque nos gusta disfrutar del placer de tenerlas. El viejo es, por naturaleza, un ser repetitivo.
Conget y este escribidor se conocieron –o reconocieron, si se quiere, pues ambos tenían referencias anteriores del otro-hace cincuenta y algún años en el centro de instrucción de reclutas de la VI región militar en Araca (Álava) y luego cumplieron el resto del servicio militar en el cuartel de cazadores de montaña de Aizoain, en la remota provincia subpirenaica. Son, pues, amigos de la mili, un género de amistad masculina, hoy sin duda en absoluto declive. Aquel centro de instrucción y el cuartel posterior eran instituciones menos que mediocres para la función que les asignaba el estado pero sirvieron de escenario a conversaciones y encuentros en los que a ciegas intentábamos construir nuestro destino, o soñarlo, lo que era entonces casi lo mismo. En aquel momento, Conget aún no había publicado nada pero era un formidable contador de historias urdidas con los mimbres de su experiencia personal y, de entre ellas, a su interlocutor le impactó una cuya materia eran los celos, no porque recuerde la anécdota o el argumento sino porque dejó una huella imborrable en la memoria el grado de detalle con que el narrador describía el laberinto de este sentimiento arcano para el oyente de la historia.
Lo recuerda ahora aquel recluta porque ha vuelto a encontrar este mismo efecto de maravilla en las historias contenidas en La verdad sobre el amor. Puede decirse que el campo de Agramante donde se celebran las más y mejores historias de Conget es esa zona donde se enredan sentimientos y deseos, que llevan a los individuos a vivir en una selva cuando querrían estar en un jardín. Ellos y ellas, gente de clase media española, pequeñoburgueses socialmente instalados, modernos, europeos, casi franceses, como les describe el autor, se dejan llevar por el amor, confiados y convencidos de empuñar los mandos, hasta que se estrellan. Vidas normales y normalizadas recorridas por una corriente subterránea e inconfesable que los (nos) convierte en náufragos.
La verdad sobre el amor es un vademécum en la acepción literal que da a este término el diccionario rae: libro de poco volumen y de fácil manejo para consulta inmediata de nociones o informaciones fundamentales. Cada historia es una fábula exenta de moralina, contada con precisión de cirujano, que el lector debe seguir con atención para que el giro de las circunstancias, el punto donde se quiebra el embeleso del relato y en consecuencias su sentido, no le pase desapercibido. Es otro, y no el menor, de los valores de la prosa de Conget, que transporta al lector a un mundo donde se requiere una atención activa y el placer no nos es concedido sin esfuerzo, en las antípodas de lo obvio y lo banal.