Las escuelas suecas frenan el uso de ordenadores y vuelven a los libros de texto. El azar ha querido que este viejo tenga una opinión formada al respecto. La agitada vida escolar y extraescolar de la chavalería de la época ha llevado a que un día a la semana el viejo tenga la oportunidad de pasar unas horas por la tarde con su nieta mayor, de doce años. Ari es una chica aplicada, que saca buenas notas y comparte con sus abuelos las cuitas del colegio y el repaso de la tarea del día. El entrecortado diálogo del abuelo y la nieta es prueba del afecto que los une pero carece por completo de eficacia pedagógica y para el viejo es la evidencia del abismo cultural que le separa de sus descendientes, ay.

La niña recibe, ¿cómo decirlo?, una educación dual, representada en las dos herramientas que lleva en su mochila escolar. Una es un ordenador portátil en el que se contienen los programas y ejercicios del curso con conexión a internet donde, como es sabido, puede encontrar todo lo que se necesita saber sobre el mundo y la galaxia que lo rodea. El viejo no puede seguir la navegación digital que su nieta ejecuta con la velocidad y precisión de un corredor de fórmula uno. El ordenador tiene además otras dos funciones, como vehículo de la incesante conversación con compañeros de clase y para los ejercicios de la asignatura de audiovisuales, que consisten básicamente en componer artefactos de comunicación urgente (spots, clips, podcasts, memes o como quiera que se llamen) en lo que Ari es muy hábil y puede realizar sin desatender la torrentera de mensajes que le llegan de sus amigos y compañeros  y el ruido de fondo de la televisión que cada poco le hace levantar la cabeza de la tarea. Conceptos como atención y concentración están proscritos en este ecosistema cognitivo.

En su desconcierto, el abuelo da en pensar que el estudio significaba entonces salir del estado de naturaleza hacia un estadio superior de civilidad y conocimiento, ya saben, el pastor de cabras que llega a ser un poeta o astrónomo a través del esfuerzo de la lectura y la escritura. Los niños de la famosa clase media de hoy no saben qué es el estado de naturaleza porque viven en un entorno altamente culturizado en el que las vacas están en internet y en el mejor de los casos en una granja temática, y en consecuencia no necesitan superar a la naturaleza, solo manejar la imagen virtual que proyecta. A sentido contrario tampoco han de temer a la inteligencia artificial, el ogro que tanto espanto dispensa entre los adultos pero con el que los niños interactúan todos los días.

Pero la escolar aún lleva otra herramienta pedagógica en la cartera: una convencional carpeta de anillas donde agrupa por asignaturas los apuntes en papel. Este material manuscrito es el que maneja el abuelo para tomar la lección a la nieta y es no menos desconcertante que el ordenador porque reproduce la enseñanza memorística y descarnada que él mismo recibió: esquemas lineales, palabras subrayadas con colores diferentes, fechas, nombres, conceptos y datos descontextualizados. Es una cultura general, como se decía antes, esquemática, inservible y destinada al olvido. La niña recita este contenido de corrido y recibe buenas notas en los exámenes pero también se pregunta para qué necesita saber qué es un ángulo convexo y si los sabinos fueron los primeros pobladores de Roma. Cuando el viejo intenta explicárselo, la nieta se lo impide con un gesto derogatorio.

Una de las alegaciones contra este tipo de enseñanza, que suele hacerse patente en el examen de ingreso a la universidad, es el déficit de comprensión lectora, fruto de la falta de atención en la materia de estudio. Es un riesgo real que el viejo experimentó en sí mismo el día que no conseguía enterarse de lo que decía un texto de la tarea de su nieta, aunque no supo decirse si era debido a la celeridad y dispersión que la escolar imprime a estos quehaceres o a su propio menoscabo mental.