El protocolo ha estado de ardiente actualidad este dos de mayo en que ha tenido lugar la investidura de doña Isabel Díaz Ayuso como Manuela Malasaña frente al invasor ilegítimo don Sánchez. Doña Ayuso ha estado tan en el papel que fue a la guerra ataviada de maja goyesca con una hombrera de luces sobre el vestido de la marca Colour Nude, que el periódico de don Maruhenda llama de efecto tipazo, apropiado para damas de entre cuarenta y cincuenta porque el fruncido en la zona de abdomen estiliza el cuerpo (lo dice Maruhenda).
Claro que en este dos de mayo se trataba de un teatrillo y la despiadada lucha, también goyesca, entre castizos y josefinos, hoy llamados ayusistas y sanchistas y ambos hundidos hasta la rodilla en el barro de sus circunstancias, no ha sido a garrotazos sino a protocolazos. Se ha seguido el protocolo es la fórmula recurrente de los poderes públicos cuando sus decisiones chocan con la razón o contradicen el resultado esperado, bien sea porque cometen una pifia o simplemente porque actúan de mala fe, elíjase lo que corresponda.
El protocolo es un artefacto de física cuántica rígido y flexible al mismo tiempo. Es rígido en su formulación y flexible en su aplicación sobre el terreno. No pregunten cómo se produce esta mutación de cualidades y piensen en el gato de Schöredinger. El caso es que empuñando con fuerza el protocolo un funcionario de tercera puede pararle los pies a un ministro, como vimos el otro día. Y aquí no vale aquello de que usted no sabe con quién está hablando porque precisamente el protocolo permite identificar perfectamente al enemigo, sea ministro o perroflauta; es un arma de precisión administrativa.
Lo que se escenificó el pasado martes en el kilómetro cero fue la defensa de Madrid, metonimia de España, frente a los usurpadores que okupan el gobierno del país con ayuda de sus enemigos históricos, vascos, catalanes y todos esos. Habría sido, pues, un contrasentido que en la torre del homenaje hubiera un usurpador, como no fuera cargado de cadenas, que es lo que corresponde al enemigo cuando estamos en guerra. Ya lo explicó doña Ayuso luego con una metáfora dinamitera: Bolaños ha venido a reventar el acto. El caso de doña Robles, también ministra sanchista, es distinto porque es la jefa de la fuerza armada que rindió honores a Manuela Malasaña y se portó con la lealtad marcial que se espera en semejante empeño.
El protocolo es hoy un grado académico y con él bajo el brazo se puede llegar muy lejos. Don Moreno Bonilla ha llegado a presidente de la junta de Andalucía, por citar un ejemplo a mano. Claro que en la universidad, por aquello del rigor científico, ilustran sobre su estructura rígida y no sobre sus aplicaciones prácticas. Tampoco en las facultades de física se enseña a utilizar bombas atómicas; ese uso queda a la creatividad del alumno, que si es aplicado y despierto lo descubrirá por sí mismo. En los noticiarios que siguieron a la batalla de la Puerta del Sol preguntaron a algunos docentes de esta disciplina sobre el uso del protocolo y elusivamente respondieron que se había puesto al servicio de intereses partidistas. No, estuvo al servicio del poder porque el protocolo es la ordenación visible del poder y la jerarquía. Lo ocurrido no fue un desorden protocolario sino una batalla política, que ganó doña Ayuso, como se lee en el estampado abrigo primaveral que llevaba la serpenteante y obsequiosa ciudadana doña Villacís: esta villa ni se rinde ni se entrega. Y menos al felón don Sánchez.