La reciente exhumación de los restos del fundador del fascismo español para trasladarlos a una tumba familiar ha despertado en este divagador una pregunta de imposible respuesta: ¿qué hubiera ocurrido si, allá por los años 79 u 80 del pasado siglo, la familia Primo de Rivera hubiera solicitado al gobierno de la época la retirada de su antepasado del sepulcro de Cuelgamuros en nombre de la reconciliación nacional y de la libertad sin ira que era la consigna del momento. La familia Primo de Rivera tuvo un papel menor en el golpe de estado y en la dictadura posterior pero, por las manipulaciones del dictador, el valor simbólico del apellido fue enorme. Así que, en el nuevo régimen, bien podían haber acompañado a la sociedad española en su andadura democrática aportando su granito de arena a la superación del pasado que fue exigida a todos los españoles.

Podemos imaginar algunos efectos de aquella iniciativa que no tuvo lugar: 1) la familia hubiera cumplido, más vale tarde que nunca, el testamento de su ancestro, ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles y todo eso; 2) hubiera dado apoyo a un gobierno formado por ex falangistas que, con don Adolfo Suárez al frente, habían mudado la camisa azul por la blanca el día anterior a ser demócratas; 3) hubiera otorgado una legitimidad añadida al rey heredero de la dictadura, que podría haber presidido la ceremonia de exhumación sin reproche de la derecha y con el asombro desarmado de la izquierda; 4) hubiera desactivado quizá el tejerezo que tuvo lugar un año después; 5) hubiera iniciado y acelerado, a iniciativa de las familias, la exhumación de las demás víctimas de la guerra civil, en Cuelgamuros y en cunetas de todo el país, y habría despojado la memoria histórica del carácter agónico que aún tiene; y por último y más importante, 6) hubiera liberado a la derecha española de su condición de rehén del franquismo, un papel histórico que la derecha ha asumido con gusto pero que le obliga a llamarse andana muy nerviosamente cada vez que el pasado emerge bajo las losas del cementerio.

La historia real, como es sabido, discurrió por otra senda y lo que interesa saber es por qué. Los regímenes nuevos tienden a creerse eternos y la amnesia decretada como envoltorio moral de la constitución del 78 se hizo jirones apenas entró en escena la primera generación que no había conocido el espanto de la dictadura. Hasta ese momento, los Primo de Rivera, como las demás familias del régimen, estuvieron encantados con el pasado, el presente y el futuro. Su estatus no había sido alterado y el tío ausente podía seguir en el sitial mortuorio al que los intereses del antiguo régimen le habían llevado. Era una reliquia pero menos es nada.

Durante el dilatado y prolijo proceso de exhumación del dictador, la familia del ausente guardó silencio. El gobierno se cubrió la espalda con la coartada de que el fundador del fascismo era una víctima de la guerra como las demás que constituían la espectral guardia de corps del caudillo en el obsceno mausoleo de Cuelgamuros, y que aún permanecen en la garita contra la explícita y declarada reclamación de sus familiares. La calificación de víctima era un recurso de oportunidad que revela la espinosa relación que la izquierda guarda con el pasado, el temor que le asalta cada vez que levanta la tapa de un episodio histórico. Entretanto, la familia decidió que el tío ausente debía ser exhumado tal día y al gobierno le faltó tiempo para disponer la operación sin preguntarse que quizá estaba oficiando de empresa de catering en un festejo familiar porque ese día -24 de abril de 2023- el tío ausente cumplía ¡ciento veinte años! y la familia quería celebrarlo. De modo que lo que parecía una reparación histórica era una fiesta de cumpleaños en la que la tarta tenía forma de ataúd, como en las fiestas de la familia Adams.

Esta es la historia fáctica: familias para las que el país y su historia son un predio privado y celebran sus onomásticas, bodas y funerales acompañadas por la expectación de la multitud y la complicidad del gobierno, por democrático que sea.