En aquel entonces el currículo de enseñanza primaria incluía dos asignaturas discernibles: urbanidad y religión. La primera enseñaba a convivir con nuestros vecinos en razonable armonía; la segunda nos mostraba el trato debido a dios y los santos del cielo. En este paisaje cognitivo la palabra perdón tenía dos sentidos, o dos usos, si se quiere. En el primero, la petición de perdón servía para restaurar la concordia con el tipo con que el que compartías la plataforma del autobús y al que habías pisado el callo del pie; en su segunda acepción, servía para implorar a lo alto un lugar en el paraíso. Ambas acepciones todavía están en uso, al menos entre los viejos. Te disculpas ante cualquier mínimo incordio que hayas provocado a tu convecino mientras el virtuoso campanero de San Miguel nos recuerda la vieja murga cuaresmal de perdona a tu pueblo señor.
En este tiempo en que todo es profano y sagrado a la vez, y todo se mezcla en un mosaico de identidades ofendidas, la palabra perdón ha irrumpido en la conversación pública con un uso dominante: que los presuntos herederos de los ofensores pidan perdón a los presuntos herederos de los ofendidos por presuntas ofensas inferidas decenas cuando no centenas de años atrás. Este ritual está asociado a la desaparición de la noción de progreso. La historia, que hasta ayer era una entidad dinámica y en marcha, se ha estancado en un presente continuo, soportado por el poder evocador de las imágenes del pasado merced al desarrollo de la tecnología digital. Antes, la memoria histórica se conservaba en unos pocos repositorios y discurría por canales muy estrechos a disposición de unos pocos memoriosos y bajo el control rutinario de unos pocos censores. Ahora estalla como una piñata a la hora del telediario.
En este marco de conmemoración perpetua, el partido de los nacionalistas vascos ha reclamado al gobierno de don Sánchez que pida perdón por el bombardeo de Gernika. Las circunstancias en que esta agresión se produjo son suficientemente conocidas y el gobierno de don Sánchez no tiene ningún parentesco, ni genealógico ni ideológico, con los perpetradores de aquel crimen, que, por lo demás, fue instigado no por un gobierno sino por una banda de golpistas. Ya se entiende que esta reclamación del peeneuve tiene que ver con el tiempo electoral en que estamos, dirigida a su parroquia después de rebotar en la pared de frontón de un gobierno del que es aliado a todos los demás efectos. El subtexto del mensaje puede leerse así: los españoles están ahí y los vascos aquí; ellos son los verdugos y nosotros las víctimas. España nos bombardea podría ser un lema de la cosecha victimista del Espanya ens roba catalán, porque los vascos tienen pocos motivos de queja en lo que se refiere a la caja. Pero elegir un bombardeo como emblema de la afrenta tiene riesgos añadidos. Imagínense que se apuntan al bombardeo los catalanes por lo sufrido en Barcelona y otras ciudades durante la misma época, o que dan una idea a la presidenta de la república independiente de Madrid, doña Ayuso, por los ataques desde el aire sufridos por esta ciudad, que no fueron pocos ni pequeños. Imagínense el titular de abc o de el mundo: Sánchez debe responder por los bombardeos sobre Madrid. Sería una estupenda contrainformación al expediente de Cuelgamuros.
Y como las consignas unilaterales las carga el diablo en un mundo de significados varios y dispersos, la demanda del peeneuve tendría que extenderse al gobierno de esta remota provincia subpirenaica, que entonces mandó a sus huestes de voluntarios carlistas a invadir Gipuzkoa –tendríamos que haberles quitado Fuenterrabía [Hondarribia], que fue nuestra antes y ahora tendríamos una playa para nosotros, recordaba un heredero de aquellos héroes de la boina roja- lo que crearía una disonancia cognitiva de aúpa porque el penenuve está ahora en el gobierno que quiso acabar con ellos con tanta o más furia que la desplegada por Herr Wolfram von Richthofen y sus stukas asesinos.
El peeneuve ha mantenido un comportamiento sensato y constructivo durante esta legislatura tan propensa a chifladuras de todo tipo en la oposición y en el propio gobierno. No debería mancillar el expediente con bobadas como la que se comenta aquí.
Cuando dices urbanismo creo que quieres decir urbanidad. Pero no importa. Ojala nos hubieran ensenado ademas urbanismo y asi, con la urbanidad y la honradez que acarrea, no se hubieran forrado alcaldes y concejales de urbanismo de ahora.
Cierto, gracias por la observación. Lo corrijo ahora mismo. Un saludo.