En una circunstancia en que el más tonto usa tuiter y tiene cuenta de tiktok no es fácil evaluar el impacto que tiene en el bien común las decisiones de una vicealcaldesa, aunque sea de la villa de Madrid. Doña Villacís está pensando en cómo servir mejor a los intereses de la nación sin partirse una pierna. Cambiar de caballo en plena carrera tiene el alto riesgo de que la montura alternativa no esté en la disposición prevista y en el salto te des un morrón contra el duro suelo, y, como en cualquier ejercicio de equilibrismo circense, los cálculos y mediciones de doña Villacís nos tienen a todos boquiabiertos. ¿Qué más dará que la vicealcaldesa esté en ciudadanos, en el pepé o en Babia? Eso mismo, ¿no significa que son destinos intercambiables? Y sin embargo, aquí nos tiene, hechizados con la coreografía de sus movimientos.
Los viejos hemos de acostumbrarnos a que en la era digital el espectáculo de la política es estroboscópico y el movimiento se nos presenta en forma de imágenes discretas y sucesivas, no como el continuum que es cualquier acción. A estos intervalos opacos entre dos momentos significativos, los y las tránsfugas llaman periodos de reflexión. Doña Villacís quiere seguir en política pero no se fía de su partido, con razón. ¿Quién querría atravesar el océano en una chalupa averiada? Así que la vicealcaldesa ha querido acercarse a la nave nodriza, con gran escándalo de los otros náufragos.
La breve vida de los ciudadanos naranjas ha atravesado tres fases discernibles: la del carisma, la del grito y la de la confusión. El carisma de la primera fase se acabó cuando el apuesto narcisista don Rivera dejó el mando y fue sustituido por doña Arrimadas, una dama que está en un mitin permanente y pregona tópicos con la vehemencia y el timbre del que está convencido que se dirige a sordos. Después de ganar las elecciones catalanas en 2017 sin saber qué hacer con esa victoria, la única ocurrencia política de doña Arrimadas fue la refundación del partido y le ha salido un pan como unas hostias. No solo tuvo que pelear con una abogado del estado que también se creía muy listo sino que dio un paso a un lado (¿para cuándo un diccionario de ballet político?) y dejó el partido en manos de una desconocida doña Guasp. Estamos en la fase de la confusión y doña Villacís ha tenido un comprensible ataque de pánico porque el partido está electoralmente muerto y ¡ella quiere vivir! ¿Tan difícil es entenderlo?
Si este escribidor fuera su abuelo, le diría: no te preocupes Begoña, chiquilla, que aún eres joven, la vida da muchas vueltas y aquí hay derecha para rato, algo encontrarás. Incluso, quién sabe, igual te llama don Abascal para hacer de candidata fantasma en su fantasmagórica moción de censura, como a don Tamames o al chico ese de la remota provincia, ¿cómo se llama? Don Adanero, eso.