Los europeos atribuimos rutinariamente a las mafias la pujanza de la migración que llama a la puerta de casa, una realidad intangible y un argumento inane que solo demuestra que somos una sociedad envejecida, perezosa y atemorizada. El peligro que más teme el gobierno español, y quizá buena parte de la población, es una invasión de adolescentes, bastan dos o tres cientos, por las puertas de Ceuta y Melilla, que en nuestra infancia aprendimos a llamar plazas de soberanía, lo que quiera que signifique eso. El pánico a esta posibilidad es tanto y tan agudo, que nos ha llevado cambiar la política exterior respecto al Sahara occidental para contentar al vecino marroquí, con el que compartimos descansillo en la urbanización planetaria y tiene la llave de entrada de los fantasmas a nuestro castillo. Esta actitud de autoengaño, que sigue la doctrina de yo no he sido, son las mafias, va a costar el puesto al ministro don Marlaska.
La consoladora teoría de las mafias nos obliga a creer que estas operan como una agencia de viajes y expenden también billetes low cost para viajar al paraíso sentados en la pala del timón de los grandes cargueros que arriban a puertos europeos. De esta asombrosa manera han llegado a Las Palmas, en territorio español, desde Lagos, Nigeria, tres migrantes sin nombre a los que el gobierno de acogida va a premiar la hazaña con la deportación inmediata al país de origen. Hay que pensar que, si alguien decide hacer un viaje marítimo de 1.682 millas náuticas sentado a la intemperie en una pieza de hierro sobre cuyos movimientos no tiene ningún control y con los pies a cincuenta centímetros del rugiente oleaje del mar, es porque carece de país de origen, o porque su origen no está en un país sino en la nada. Vienen de la nada y quieren ser algo: una ambición que no todos los miembros de la especie humana, ni mucho menos, ven satisfecha por nacimiento.
Samuel Etóo, la estrella camerunesa del fútbol español, resumió la cuestión con buen humor en una sentencia que merece esculpirse en mármol: yo corro como un negro porque quiero vivir como un blanco. Eso nos gusta oírlo, que corran y a ver si llegan. Luego, ya veremos qué hacemos con los que alcancen la meta. El mundial de fútbol es, más que un festival deportivo, el mejor espejo que podemos imaginar de lo que es un paraíso en la tierra, y en este espacio arcangélico, hay negros corriendo. Es el único espacio público donde los zarpazos racistas de la grada, que también se dejan oír, están proscritos, o casi.
Las migraciones son el motor de la historia y el mestizaje, el rasgo universal de la especie. Que nos lo digan en esta remota provincia subpirenaica donde cada vez que el pico y la pala levantan un terrón de tierra nos descubrimos con una nueva identidad. A estas horas, somos iberos, vascones, francos, árabes, etcétera. En fin, cosas sabidas. Quizá es ese carácter vertiginoso y mutante de la condición humana lo que nos da miedo y nos lleva a maltratar a tres jóvenes héroes que, como odiseos de este tiempo, también salen de su propia guerra de troya y quieren llegar a Ítaca.