Tal como somos: incertidumbre, miedo, confusión

No hay reunión cultural sin palabras, muchas palabras. En aquella del año 72 que ahora se evoca en la remota ciudad subpirenaica, la asamblea se celebraba bajo una carpa de color naranja en la que el buen e indiferenciado pueblo, mayoritariamente juvenil, asistía o participaba, al gusto, en un debate infinito, volandero, sin límites ni prerrequisitos, sin finalidad ni sentido tampoco, en el que destacaba entre los congregados (así lo recuerda el viejo que esto escribe) la figura del psiquiatra Carlos Castillo del Pino ataviado con un poncho andino. Cincuenta años después, en el mismo lugar donde se levantó aquella carpa se erige un palacio de congresos de arquitectura muy fina, sede de acontecimientos culturales de relumbrón, donde el público, en el que abundamos los viejos, ingresa con tique adquirido en taquilla y departe con cortesía y en voz baja con sus amistades y conocimientos.

La asamblea horizontal ha mutado en lección vertical, y el solar donde cualquier recién llegado podía decir cualquier cosa a la pata la llana es ahora un altar en el que unos sabios reflexionan ante un público aquiescente y mudo. Alguno de los gurús invitados se dirige a la feligresía desde una gigantesca pantalla en el que el encuadre y la iluminación desfiguran el rostro del ponente, lo que da al mensaje un inevitable toque orwelliano, dicho sea sin demérito de los profesores invitados, todos ellos respetabilísimos intelectuales en activo (Massimo Cacciari, Francisco Jarauta, Lázló Földényl, José Luis Villacañas, Ramón Andrés). Un rasgo de las celebraciones de hace medio siglo fue la deliberada confusión del público, que no sabía si era actor o espectador del acontecimiento en el que estaba inmerso. Ahora, esta confusión es imposible. Aquel sistema comunicacional abierto y democrático llevaba a la dispersión; este, cerrado y jerárquico, lleva a la parálisis.

Lo curioso es que la materia del debate en estos dos acontecimientos separados por medio siglo es la misma: Europa. En 1972 era un anhelo universalmente compartido, un deseo implícito en cualquier manifestación cívica y cultural de aquella época. Europa era dejar atrás toda la mugre de nuestra historia doméstica. El sorprendente galimatías gestual de los encuentros de 1972 preludiaba un espacio de libertad y creatividad que solo podía asociarse a Europa, a la idea que teníamos de Europa. Ya estamos ahí, el galimatías permanece intacto y Europa en crisis. A la deriva, por decirlo con el mismo término que titula las disquisiciones de los ilustres académicos mencionados más arriba, todos los cuales expresaron muy lucidamente sus propias perplejidades. Unos optimistas, otros menos; unos vehementes, otros discursivos, pero todos perdidos en el mar de la putinesca realidad. Que tú no sepas de qué va la vaina, tiene un pase, pero que no lo sepa un catedrático de la Universidad Humboldt de Berlín es para echarse a temblar. Socorro, quiero volver a los Encuentros del 72, entonces, al menos éramos jóvenes.

(La imagen de cabecera está tomada de una fotografía de Koldo Chamorro)