Hay algo de teatral en identificar a los ricachos dueños de la economía rusa como oligarcas. Ignoro si es un término de uso en aquel país y si, de serlo, tiene alguna connotación, peyorativa, admirativa o paródica. En castellano suena raro y establece una frontera entre dos ámbitos lingüísticos, como si el oligarca fuera una anomalía rusa. ¿Se imaginan que llamáramos oligarcas a los componentes del cogollito donde medran, don Florentino Pérez, doña Patricia Botín o don Villar Mir? Lo tomarían como un insulto, sin duda, y el intento quizá terminara en una moción para derribar al gobierno socialcomunista de don Sánchez. Pero tratándose de Rusia parece pertinente porque no podemos imaginar de otra manera a aquel brumoso país sino como una camarilla de señores feudales sometidos a un déspota y un vasto e innominado pueblo a sus pies cuyo rol en la historia es hacer cola para conseguir alimentos o empuñar un fusil para defender a la madre patria.

Este correlato de opulencia y miseria, entre el placer desbocado y el sacrificio absoluto, que nos parece tan ruso, resulta hipnótico. La literatura rusa se ocupó de las figuras de abajo, los ofendidos y humillados, y con este material creó personajes de valor universal. Pero la parte de arriba del organigrama también ha sido objeto de atención estética. Recordamos La conjura de los boyardos, de Sergei Eisenstein, una película diseñada a mayor gloria de Stalin para justificar las purgas letales que llevó a cabo entre la élite bolchevique. Algo que también intentó don Putin, sin conseguirlo porque si algo sobrevive a cualquier catástrofe en cualquier régimen es la casta de los boyardos u oligarcas (eso sí que es una casta, Echenique). Así que Putin resolvió unirse a ellos a la vista de que no podía derrotarlos. A estas alturas del cuento los cinéfilos estarán irritados con el escribidor que se ha atrevido a comparar a don Putin y su aspecto de achaparrado jefe de negociado con la imagen de Iván el Terrible en la interpretación de Nikolai Tcherkasov, uno de los actores más bellos y apuestos que ha dado el cine. Pero lo cierto es que otra vez tenemos a un zar y sus boyardos, ahora en el telediario.

Occidente ha desplegado contra ellos su arma secreta: las sanciones económicas. Es un artefacto de dudosa eficacia y de peligroso manejo porque bien puede estallar en el pie a los manipuladores. De momento, la infantería de ambos bandos ya ha empezado a sentir la radiación de la bomba: carestía de la cesta de la compra en Europa occidental y ruina de los ahorros de la menestralía rusa. Los efectos son más matizados y sin duda menos letales en la parte alta de la pirámide económica. Las sanciones no afectan al comercio de petróleo y gas y disciernen entre oligarcas buenos y oligarcas malos, según los intereses de la entidad sancionadora. ¿Es bueno o es malo el oligarca dueño de los supermercados Dia donde compramos los yogures? ¿Es bueno o es malo el oligarca propietario de las viviendas más caras de España? Una cosa es segura: antes desaparecerán los yogures de los anaqueles del súper y se triplicará el coste de la vivienda que el oligarca se quede sin su fortuna.

La guerra de Ucrania es, en último extremo, el enfrentamiento entre dos modelos de capitalismo. La izquierda lo sabe porque está descrito en todos sus manuales de aprendizaje de la historia pero todavía no ha encontrado el modo eficiente de enfrentarse a ello y resolver el teorema. Entretanto, no le queda otra que sumarse a uno u otro bando, donde siempre será vista como un extraño, anque en esta ocasión parezca que no hay duda sobre qué bando es el correcto.