Quirón reenvía un tuit (no sé de dónde los saca, pues es ajeno a las redes sociales) con una foto en la que aparece el filósofo francés Bernard-Henry Lévy amistosamente flanqueado por cinco paisanos kurdos. Es un posado para el recuerdo. Lo chusco de la imagen, que imagino que habrá hecho reír hasta a los kurdos, es que el maître à penser aparece despechugado, como si viniera de una despedida de soltero, y se alza sobre las puntas de los pies para parecer más alto que sus acompañantes. El tuit ha revuelto el corral y de inmediato en el hilo se han enganchado otras imágenes del filósofo no menos ridículas. En una posa rodeado de escoltas armados que en realidad son actores con metralletas de utilería; en otra, se muestra durante una entrevista periodística agazapado tras un murete, como si estuviera en medio de una balacera, cuando puede verse que detrás del parapeto la gente pasea tranquilamente, y todo esto acompañado de los comentarios tuiteros que pueden imaginarse. Don Lévy quiso ser Sartre y ahora quiere ser Malraux; la cosa es ser algo, en la época de tik tok.

Quirón es muy serio en lo suyo –la filología, los clásicos, la traducción- y su alto concepto de lo que debe ser la cultura, a lo que ha de añadirse una proverbial modestia que le veda cualquier exhibición personal, hace que en privado se divierta de lo lindo, no sin cierta perplejidad, con las irritantes payasadas perpetradas por tipos como el mentado Lévy, otro dinosaurio de esta época que será conocida en la historia de la filosofía por haber alumbrado el oportunismo pragmátíco.

Podemos recordar el momento en que el nouveau philosophe se presentó al público de este país. Fue en 1979, en La Clave, un programa de debate en televisión muy popular entonces, que en aquella sesión estuvo dedicado al marxismo. El filósofo compartía mesa con algunos marxistas españoles, Santiago Carrillo, Tierno Galván, que en plena transición venían de experimentar en carne propia las limitaciones  de su doctrina. El filósofo lo sabía –él mismo era beneficiario de la liquidación del marxismo en Francia- y se mostró insolente y faltón con los vejetes españoles, que no lo eran tanto pero lo parecían, sobre los que, además, exhibió sus muy superiores habilidades de animal televisivo ante las que sus interlocutores eran impotentes. ¡Y lo hizo en nombre de la libertad! Apenas salidos de la dictadura de Franco, acusar a quienes habían luchado contra ella de amenaza para la libertad era una vileza que dejó huella en la memoria. Todavía no sabíamos que la insolencia, la agresividad, las poses impostadas y el desprecio a los perdedores iban a constituir el espíritu que imperara en los años siguientes, hasta Trump y compañía.

Han pasado cuatro décadas desde entonces y la costumbre de don Lévy de empinarse para sobresalir entre sus interlocutores sigue intacta, esta vez entre los kurdos bajitos, pobres, qué habrán hecho para merecerlo. Marx diría, ay, que la historia se repite como una miserable farsa, aunque esta de don Lévy ya era una farsa desde la primera edición.