El título de esta entrada es un término neutro que designa el óxido de calcio (CaO), utilizado desde tiempos inmemoriales en diversas industrias –construcción, metalurgia, vidrio- pero que en nuestra jerga política tiene un significado ominoso pues fue utilizada para destruir los cuerpos de los presuntos etarras José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, secuestrados, torturados y finalmente asesinados por agentes de la guardia civil en 1983, en lo que entonces se llamaba guerra sucia. El líder de unidaspodemos, don Iglesias, utilizó el término cal viva en sede parlamentaria para cortar el cordón umbilical que unía a don Sánchez con su ancestro don González en el oficio de dirigir el pesoe y más tarde el gobierno. Y lo consiguió. Desde aquel momento, cal viva se convirtió en una contraseña generacional; la clave que separa el llamado régimen de 78 de lo que está por venir.
El escritor Daniel Serrano ha dado este título a su crónica de las últimas décadas (editorial Suma de Letras), un relato articulado como un diálogo entre un padre y un hijo. El primero, un viejo en silla de ruedas, que fue revolucionario en el tardofranquismo, cooptado por el pesoe tras la victoria electoral de 1982 y en cuyas filas llegó a secretario de estado, y bien que se lamenta de que no fuera nombrado ministro; el segundo, su hijo, ya maduro, es el testigo de la evolución del régimen de la transición y ocasional participante en las protestas de los años ochenta y noventa. La historia del padre nos revela lo que hubo de pasión y componenda, heroísmo e impostura en el paso de la dictadura a la democracia, y el olvido que empieza a carcomerla; el testimonio del hijo muestra la mezcla de rebelión y claudicación, de malestar y holganza en la que vivió la generación siguiente en un estado de hinchado optimismo, falsa estabilidad y precario bienestar que, como sabemos, se fue al garete a la entrada del nuevo siglo. En el diálogo de padre e hijo tercian otras voces, todas femeninas –ex esposas, ex novias, empleadas en el cuidado del viejo-, que amplían el foco de la escena y recuerdan al lector los vastos espacios de sombra que tiene el discurso político dominante. Es, en resumen, un relato fascinante, y muy didáctico.
El juicio a que está siendo sometido estos días Rodolfo Martín Villa bien podría enmarcarse en la causa de la cal viva. Sobre este artífice y beneficiario del régimen del 78 ha caído una demanda masiva de cuentas pendientes, activada por los familiares de las decenas de ciudadanos que fueron asesinados en aquellos años por acciones de la policía todavía franquista. La lentitud y las dificultades con que se desarrolla el proceso es congruente con el tempo que corresponde a la nueva transición que ahora atravesamos. Una biografía contrastada de don Martín Villa ofrecería una imagen insuperable de la historia del último medio siglo. Un alto cargo de la dictadura que, por razones generacionales, impulsó la democracia sin apearse de su poltrona en la cúpula del estado, ministro en un gobierno tras otro para, llegado el momento, saltar a los consejos de administración de las empresas públicas privatizadas y de los conglomerados mediáticos que sostienen al régimen. En este rutilante viaje tuvo que haber platos rotos para los que estaba reservado el olvido y que ahora aparecen en la mesa de una jueza. Este escribidor comprende la sed de justicia de los denunciantes, y se solidariza con ella, pero no cree que don Martín Villa sea reo de crímenes contra la humanidad, como parece pedir la imputación, ni siquiera cree que aquellos asesinatos impunes cuya responsabilidad se juzga ahora fueran parte de un complot o de un sistema. En todo caso, si fue así, contaron con la complicidad de la sociedad española. Pero la consecuencia política es indudable. La tromba de argumentos exculpatorios elevados a la jueza y firmados por todos los ex presidentes del gobierno y otros ex altos cargos sindicales y políticos da noticia de que lo que se juzga no es a un individuo sino a un régimen, e involuntariamente da noticia también del reconocimiento de su final. La huida del rey emérito y el juicio a don Martín Villa constituyen los indicadores de la alta temperatura política padecida en este tórrido verano acosado por la urgencia del coronavirus.