Alberto Juantorena es un ex atleta cubano, velocista, que ganó la medalla de oro de cuatrocientos y ochocientos metros en las olimpíadas de Montreal de 1976. En aquella época estábamos absortos en la construcción de una república imaginaria e independiente en esta parte meridional del golfo de Vizcaya y un periódico de la cuerda tituló la noticia así: el vasco Juantorena gana el oro olímpico, etcétera. Juantorena es un mocetón de inequívocos rasgos africanos, lo que permite inferir que su apellido le fue puesto por los amos del ingenio azucarero donde sus ancestros eran esclavos, no tanto para darles un linaje cuanto para identificar una propiedad. Pero a la sentimentalidad nacionalista ese detalle histórico le trae sin cuidado. En las repúblicas imaginarias caben todos los que sus promotores quieren que quepan y a este fin llevan a cabo un escrutinio selectivo de la realidad que también afecta, y de qué modo, al pasado. En tiempos de confusión, los relatos históricos están en almoneda y malo sea que entre los nuestros no encontremos a un puñado de aficionados que retoquen la figurillas del retablo aunque el resultado sea el ecce homo de Borja.

La cooptación del cubano Juantorena como vasco es un episodio insignificante en comparación con la misión emprendida por los soberanistas catalanes y su Institut Nova Història, que han conseguido rescatar para sí el santoral completo del mundo hispánico y evidenciar que en realidad es catalán. Pocas bromas con unos tipos que afirman sin pestañear que Miguel de Cervantes era en realidad Miquel Servent y escribió El Quixot, que fue destruido tras traducirlo, mal, a la lengua del imperio, y,  cuando el autor se vio perseguido por los castellanos, huyó a Inglaterra y adoptó el nom de plume de Shakespeare, con el resultado sabido. Y quién dice Cervantes, dice Erasmo de Rotterdam, Leonardo da Vinci, todos catalanes, y sobre todo, ojo, el llamado descubrimiento de América que ha sido tergiversado por una conspiración de los supremacistas castellanos hasta que los sabios del institut han restaurado las verdad de los hechos: Cristóbal Colón era realidad Joan Colom i Bertran, antepasado directo del expresidente de la Generalitat, don Mas, y Hernán Cortés era Ferran Cortès y Francisco Pizarro, Francesc Pinós De So i Carròs, y por ahí seguido. Vean la abnegada labor del dichoso Institut por el lado bueno. De una parte, nos libera de la pesadez de lo aprendido en las clases del bachillerato, y, de otra, será Cataluña la que responda a las reclamaciones indigenistas de América, otro engorro. ¿Se imaginan a don Torra lidiando con don Maduro?

El  Institut Nova Història, y tan nova, no es una banda de friquis marginales, aunque se esfuerce por parecerlo, sino una institución reconocida, subvencionada y jaleada en la república independiente de Cataluña, donde ha recibido felicitaciones, premios y prebendas de las instituciones y prebostes del soberanismo mientras formaba parte de la vanguardia intelectual del prusés. Pero el viento de la historia ha cambiado, otra vez, de dirección y hoy es el día en que se ha denunciado el sinsentido de sus doctrinas. Quienes lo han hecho son también historiadores catalanes así que, para no pasar por botiflers, han denunciado de paso las tergiversaciones de la historia anticatalana perpetradas por los españolistas; en resumen, han propuesto una tregua para que deje de usarse la cohetería histórica en esta nueva fase de diálogo. A la crítica a esta historiografía chunga se ha sumado don Rufián, aunque con ese apellido es inevitable que los rull, turull y cucurull no dejen de verlo como un supremacista castellano infiltrado.