Hoy también se cumplen cincuenta años de un acontecimiento menos influyente y sin duda menos mediático que la llegada del hombre a la Luna pero que determinó, sin que lo supiéramos entonces, el marco referencial en que habría de desenvolverse nuestra biografía posterior como ciudadanos del estado español. Un marco hecho de fraude financiero, oportunismo empresarial y corrupción política en dosis masivas, que, como los que acontecen ahora mismo, se resolvió en las alturas y a otra cosa, mariposa. Unos años antes de este suceso, la familia del escribidor obtuvo una vivienda de protección oficial en el cuarto piso de uno de los edificios de la cooperativa El Salvador, y cuando padre, madre y hermanos nos asomamos por primera vez al balcón teníamos enfrente una planta del sector textil, fundada por una de las familias catalanas que en los años cincuenta afincaron sus negocios en esta remota provincia subpirenaica para beneficiarse de su régimen fiscal. La planta, conocida como la fábrica de sedas, ubicada en la linde septentrional de la ciudad –extramuros, como decía el padre-, tenía, y tiene, una alta torre con un reloj que sirve de referencia al paisaje, entonces terreno rural y hoy macizado de viviendas sin fin. El edifico estaba rodeado de una amplia parcela dedicada al cultivo del cereal. Todo muy tradicional hasta que cuatro o cinco años después llegó ese periodo mágico que llamamos desarrollismo y la fábrica de sedas se convirtió en matesa, que a partir de entonces sería un anagrama más famoso en el país que el apolo-once.
Los creativos empresarios de matesa fabricaron una fabulosa máquina de tejer de la que se dijo que era un telar sin lanzadera, pidieron y obtuvieron millones en créditos oficiales para exportarla allende de la mar océano y vivieron en esa atmósfera ingrávida hasta que se descubrió el fraude. Nadie sabe lo que es un telar sin lanzadera y si se consulta en internet las respuestas llevan al camelo de matesa. El inocente escepticismo del padre de Quirón respecto a la llegada del hombre a la Luna es contemporáneo y correlativo a la cínica credulidad de las élites españolas respecto al telar sin lanzadera. El asunto se resolvió a la castiza manera: un largo y sinuoso proceso penal, que terminó en idultos para los convictos, y un rápido cambio de caras ministeriales en el gobierno entre las familias del régimen. Falangistas vs. opusdeístas, todos miembros conspicuos de la clase política, social y económica que pilotaría unos años más tarde la transición. Los telares sin lanzadera volvieron a casa ocultos en sus gigantescos embalajes de madera y ocuparon el campo de cebada que rodeaba la fábrica de sedas, convertido en un cementerio industrial mientras se resolvía el pleito en los tribunales. El escribidor pasó el tránsito de la juventud a la edad adulta contemplando desde el balcón de la casa de sus padres la ruina y el abandono de las pruebas materiales de aquel fraude. Las inclemencias meteorológicas terminaron por reventar las carcasas de madera y el adusto fierro de las máquinas fabulosas quedó a merced de la intemperie, hasta que desaparecieron. Matesa sigue aún más cerca de nosotros que la Luna.