El filósofo francés Bernard-Henri Lévy ha decidido ensanchar las dimensiones de su púlpito y ofrecerá su mensaje sin intermediación alguna, desde la autoridad de un escenario de teatro. El filósofo va a recrearse en su propio personaje y suponemos que, si la cosa funciona, tendremos muñequitos de su imagen como héroe galáctico rollo Luke Skywalker, que podrían venderse con El País Dominical. El monologuista hará un circuito de bolos por Europa, que incluye tres capitales españolas, para alertarnos de los peligros que nos asedian con el populismo neofascista y el otro. Va a ser el acontecimiento de esta temporada teatral y podemos imaginar el fino y distinguido público que asistirá al espectáculo para abrigarse con las profecías del orador, el cual, según nos ilustra él mismo, después de pasar una vida entera por los lugares más peligrosos del mundo desfaciendo entuertos con el ensalmo de su sabiduría, se ha dado cuenta de que el peligro está en casa. Alerta, que viene monsieur Lévy a sacudirnos de nuestro letargo.
Está visto que con una buena dosis de autoestima, osadía, tenacidad y cierta destreza en el manejo de las herramientas se puede llegar a cualquier parte, tanto más en el ámbito de las ideas donde el oficio consiste en cubiletear las palabras. El señor Lévy es el más famoso y trajinado del grupo de nuevos filósofos post sartreanos que tuvieron la perspicacia de advertir que con las ideas del viejo no se iba a ninguna parte y, desde la rendida admiración por su magisterio, han surfeado con éxito la ola de la revolución liberal para acabar transmutados en los más firmes voceros de los intereses del establecimiento. Los sucesores de Sartre han convertido el pensamiento en una papilla lábil y perfumada donde, al final, lo único que queda en pie en la memoria del lector o el oyente es la figura del filósofo chundarata, más tieso que un torero. Monsieur Lévy vota, claro está, a Macron pero nos advierte que el fascismo, que él combate, está arraigado en cada uno de nosotros, lo que sin duda significa que cuando gane Le Pen o Vox él estará ahí para recordarnos, yo ya lo dije, a la vez que se interesa sobre la parte buena de la nueva situación, al estilo de don Guerra, otro famoso intelectual, y su perspicaz distinción entre dictaduras eficientes e ineficientes.
En España tenemos al menos dos egregios representantes de este itinerario intelectual. Don Vargas Llosa y don Savater. Este último, en una entrevista periodística para publicitar el desconsuelo de su reciente viudez, ha llamado tontos a los votantes podemitas (cinco millones de bípedos implumes que no merecen ser llamados ciudadanos) a los que compara desfavorablemente con los votantes voxianos, porque estos últimos no pretenden asaltar el estado de derecho, y lo dice (en el diario abecé, cada cosa en su sitio) alguien que empezó la carrera pedaleando en el equipo anarquista. Palabras, palabras, palabras. El corral está hecho una ruina pero ahí están los pavos reales, erguidos sobre el fango con la iridiscente majestad de su cola desplegada y los ojillos acusadores fijos en el público, tan tornadizo y menguado que es capaz de votar a los populistas.