He tardado en encontrar el busilis de la noticia titulada como el intrigante resumen de un relato de misterio: ”El juez ve delito en la filtración del falso desnudo de Teresa Rodríguez”. Un desnudo, una falsificación, una filtración y un juez buscando la verdad… la cosa promete. En el subtítulo de la noticia aparece “un alto cargo del PP”, lo que redobla la intriga y nos hace salivar a los aficionados al género. La vida pública española ha sido durante los últimos cuatro años una versión celtibérica de las novelas de Dashiell Hammet, una especie de Chicago años 20 sin ametralladoras Thompson y con incrustaciones de Rinconete y Cortadillo. Así que leo la historia con suma atención y es la siguiente: en inicio, las redes sociales -ese patio de comadres- difundieron una fotografía de una chica desnuda en la playa a la que atribuyeron la identidad de la líder andaluza de un partido emergente; esta negó que ella fuera la que aparecía de la imagen pero el comadreo digital continuó su labor y, por último, la chica que aparecía en la foto se sintió atacada en su intimidad y pidió amparo al defensor del pueblo de su comunidad; el funcionario que gestionó la queja filtró la identidad y la dirección de la muchacha a un periódico de la derecha del que es columnista. Finalmente, la redoblada protesta de la muchacha ante el nuevo asalto, esta vez por parte del periódico, que quiso entrevistarla, llevó el asunto al juez, que aprecia indicios de delito en la filtración por un funcionario público de un dato protegido. El caso es un excelente material para reflexionar sobre lo que nos jugamos mañana. Veamos: 1) Fuerzas ocultas en la jungla de las redes sociales intentan desacreditar a la líder de un partido emergente mediante el procedimiento de asaltar su intimidad, en la confianza de este intento servirá de algo en un país trivial y anecdótico como el que habitamos. 2) La verdadera víctima del asalto pide amparo a la institución pública encargada de protegerla y el primer impulso del funcionario al cargo, designado a dedo en el marco del incesante chalaneo de los partidos gobernantes, es entregar el material protegible (la identidad y la localización de la denunciante) al periódico de su cuerda, de acuerdo con el hipotético protocolo, “ya que no podemos joder a la líder política, que era el principal objetivo, jodamos a esta chica, que es una don nadie, y de paso aprenderán estos jóvenes a no tomar el sol en pelota”. Y 3), como colofón, resulta que el funcionario aludido, un remoto subalterno de una institución regional, no solo es columnista, imaginamos que retribuido, del periódico al que ha hecho la filtración sino que ¡está aforado en razón de su cargo! Lo que distingue a Al Capone de nuestros delincuentes domésticos es que él se lo curraba con sus propios medios pero los nuestros están blindados ante el procedimiento judicial ordinario precisamente por nuestros votos. Así que, mañana, cuidado a quién se vota, porque muerden.