Si alguien quiere respirar optimismo por todos los poros, no tiene más que venir a la irreductible aldea desde la que escribo, donde todos parecen bautizados con la pócima mágica del druida de su parroquia. Es un optimismo aplaciente, primaveral, contentadizo, que no impulsa a la euforia pero impide caer en la melancolía. Desde que tengo memoria, no recuerdo ninguna ocasión en el que los pronósticos y vaticinios sobre el presente y el futuro de la aldea desvelaran ni la más mínima duda sobre el bienestar actual y venidero, gracias a nuestra potencia industrial, nuestro capital humano, nuestro sistema educativo, nuestra cohesión social, para decir lo menos entre otras cualidades y virtudes que no enumeramos al completo para no sonrojar a los de fuera. Esta vez ha sido la asociación Co.CiudadaNa la que ha presentado un llamado panel de tendencias -encuestas a personas que ”por su curriculum profesional tienen una información de primera mano sobre los procesos y realidades que hemos querido analizar”– destinado a mostrar el estado actual y las perspectivas de la marca de la aldea. Un chequeo rutinario del que salimos enhiestos, firmes y obvios como un haya de la selva de Irati. La asociación responsable del informe es el enésimo avatar de la elite dirigente de la provincia desde, al menos, la Transición (algunos apellidos conspicuos se remontan algunas décadas más atrás; otros están relacionados con los rasgos menos apacibles de la reciente crisis del sistema financiero de la provincia) y tienen buenas razones, tanto para su preocupación por los destinos de la aldea como para su optimismo histórico. Lo primero porque esta elite ha sido desplazada del poder político en las últimas elecciones regionales y lo segundo porque pilotaron la cosa pública durante un dilatado periodo de expansión económica que sin duda ha dejado en ellos un retrogusto, como dicen los gastrónomos, que tal vez no se experimente otra vez en el futuro. El informe o panel recoge opiniones casi unánimes sobre conceptos genéricos: un lienzo de colores planos y uniformes, generalmente cálidos y acogedores, que no evitan algún brochazo inquietante. A los habitantes de la aldea les espera un futuro de sueldos bajos y empleo precario, y a las empresas, riesgo de deslocalización y falta de emprendimiento e inversión, pero eso no ocurre solo en la aldea sino que el mundo es así, como se ocupan de aclarar en la sinopsis. Ah, bueno, mal de muchos… Llama la atención que esta armonía (o consenso, como se decía antes) sobre el diagnóstico se quiebre precisamente al evaluar la presión impositiva: el 37% cree que es igual que en el resto de España, el 52% juzga que es menor y el 11% sostiene que es mayor. Teniendo en cuenta que hablamos de un alabado régimen de autonomía fiscal, resulta inquietante esta quiebra de pareceres en la falange macedónica destinada a defenderlo.