La Oficina ha dictaminado que los nazis son extremistas. El servicio de inteligencia interior de Alemania se conoce por un nombre solemne e intimidante: Oficina federal para la protección de la constitución. Las tareas de esta agencia son las mismas que la de otros organismos homólogos en cualquier país: la prevención de ataques al estado en forma de sabotajes, atentados terroristas, complots políticos y ahora también ataques cibernéticos. Hasta aquí, lo entendemos todos. La excepción alemana radica en que la protección que ofrece la Oficina no se dirige en primer término a la sociedad sino a la ley que la constituye. La Alemania actual es la única nación constituida en base a mantener embridados los elementos constitutivos comunes en otras naciones, como la etnicidad, la cultura o la historia, y donde el único patriotismo admisible y legal es el patriotismo constitucional. Esto convierte a la Oficina en una especie de policía ideológica o tribunal constitucional ejecutivo.
Es el caso que la Oficina ha emitido un informe en el que clasifica a los neonazis de alternativa para Alemania como partido extremista por su posición a favor de la etnicidad del estado alemán y del rechazo a los ciudadanos de otras procedencias y a los musulmanes en particular. El calificativo es ambiguo y cauteloso porque extremistas los hay en todas partes. ¿Quién diría, por ejemplo, que doña Gamarra y don Tellado no son extremistas? Pero llamar nazi a un alemán es como llamar nigger a un negro norteamericano. Así que extremista como sinónimo está bien, pero ¿qué se hace con los extremistas que no han delinquido? Porque resulta que estos extremistas han cosechado legalmente el 21% del voto en las últimas elecciones federales, son la segunda fuerza política de Alemania y la primera en los länder del este. Calificar de extremista a un quinto de la población de un país es para echarse a reír o a temblar, según dicte el estado de ánimo. Aventuremos una hipótesis.
En todos los países subyace un sentimiento compartido que anida bajo el aparato político e institucional e impregna el espíritu de su constitución. En España, este sentimiento bien podría ser de inferioridad y en Alemania es sin duda de culpa. Culpa por lo que hicieron en la década anterior a la promulgación de su Ley Fundamental en 1949 (culpa, por cierto, que los mantiene impávidos ante las salvajadas del judío Netanyahu en Gaza y Cisjordania). Pero esta culpa, que es un sentimiento muy incómodo, no se reparte igualmente por todo el país. De hecho, es un sentimiento desconocido en el este porque los alemanes orientales pasaron del totalitarismo nazi al totalitarismo soviético en un santiamén y esta repentina mutación tuvo la virtud de pasar la fregona sobre los sentimientos que los ossis pudieran tener sobre su inmediato pasado.
Cuarenta y cinco años más tarde, la reunificación de Alemania fue la conquista del Este por los compatriotas del Oeste. En este trance, los wessis arrebataron a los ossis su modesta seguridad existencial y además les obligaron a aceptar la culpa de ser alemanes, como hace cualquier misionero en tierras ignotas. En consecuencia, los despojados indígenas del Este volvieron a la casilla de salida y se hicieron nazis, pero no hitlerianos porque Hitler era comunista, según explicó frau Alice Weidel, lideresa de los extremistas, a su potencial amigo y aliado, míster Elon Musk. Esta pintoresca y consoladora, además de falsa, afirmación da noticia de los ingredientes que bullen en la olla del rampante neofascismo europeo. ¿Qué hacer?, como diría el otro.
En este momento el partido conservador, a veces muy conservador, se dispone a tomar el mando en Alemania y el canciller herr Friedrich Merz ingresa en la larga lista de correligionarios que han lidiado históricamente con el correoso demonio familiar de gran capacidad de contagio en el continente: Von Papen abrió la puerta del gobierno a los nazis; Adenauer aceptó a los nazis en su administración porque le faltaba gente; Kiesinger era nazi él mismo; Kohl se zampó a los comunistas del Este de un bocado y dejó en el plato a los nazis; Merkel creyó que el demonio estaba exorcizado, abrió la puerta a los inmigrantes y brotaron nazis como setas de otoño, y por ahí seguido. Ya veremos cómo va la cosa rebajando la resonancia de la palabra y llamándoles meramente extremistas.