Europa, apócope de lo que conocemos como Unión Europea, es a work in progress, un artefacto en perpetua construcción, un modelo inédito en la historia, creado para impedir la guerra entre las naciones que comparten el espacio de este apéndice del continente euroasiático mediante una estrategia política visionaria, un prolijo y a menudo tortuoso procedimiento jurídico y una apuesta por la cooperación económica a partir de la cual se extiende a ámbitos civiles y culturales, con la ambición de llegar algún día a una entidad supranacional e integrada bajo un único poder democrático en alguna forma de federación.

Paz, progreso económico y bienestar social. El éxito del proyecto ha sido hasta este momento incontrovertible y viene subrayado por el hecho de que todas las naciones del espacio geográfico concernido, tradicionalmente a la greña, quieren integrarse en él. La excepción del Reino Unido viene de lejos y es tan característica que no hay riesgo de contagio. Los británicos han decidido no renunciar a su nostalgia imperial y el resultado, al menos en clave doméstica, ha sido catastrófico para los brexiters. Europa es un proyecto a la vez prometedor e inseguro. No hay riesgo de que perezca de éxito porque la realidad se encarga, a cada paso, de recordárnoslo.

Hasta ahora, las dificultades han sido internas, promovidas por la propia dinámica de la construcción europea y, más bien que mal, se han ido resolviendo en clave también doméstica. La relativa placidez del procedimiento y las buenas expectativas del resultado han multiplicado el número de candidatos a la integración y han extendido el proyecto hacia el este, hasta que la extensión geográfica de esta Europa ha topado con el vecino ruso, gigantesco, insomne, inseguro, receloso, en busca perpetua de sus límites occidentales.

Rusia es un imperio en su propia tierra, siempre igual a sí mismo, cualquiera que sea el régimen por el que se ha gobernado. La geografía, que rige la suerte de las naciones, en Rusia es un factor a la vez inabarcable y atenazante. Cualquier cambio político en su área de influencia hace que el corazón de Moscú se sienta amenazado y replique, generalmente del modo que estamos viendo en Ucrania. La paradoja rusa reside en que forma parte de la cultura europea y al mismo tiempo se presenta como una amenaza para su cohesión futura y sus valores.

Este es el tema del cuarto y último encuentro en el ciclo Europa, ¿qué futuro?, que organiza la Biblioteca de Navarra con el título ¿Esbozar el futuro de Europa a partir de su legado literario? a cargo de Marta Rebón, eslavista, escritora, crítica literaria y traductora del ruso y del polaco. Es autora de El complejo de Caín sobre la relación histórica y cultural entre Ucrania y Rusia, y ha vertido al español y al catalán a autores como Svetlana Aleksiévich, Vasili Grossman y Nikolai Gogol. Los títulos traducidos más recientes son Las puertas de Europa: pasado y presente de Ucrania, de Serhii Plokhy, y Confesión, de Lev Tolstoi. El acto tendrá lugar mañana lunes 15 de mayo a las 19.00 horas, en la sede de la Biblioteca (Paseo Antonio Pérez Goyena, 3. Pamplona).

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