La presidenta de la república independiente de Madrid, doña Isabel Díaz Ayuso, hizo ayer un ensayo general del golpe de estado que planea. Lo hizo con vestuario, atrezo y público, como las compañías de teatro antes de los estrenos de relumbrón. En el escenario, subrayado por una guardia militar de gran gala, los protagonistas de la función: ella misma en el centro, flanqueada por el poder militar con la ministra del ramo y un almirante entorchado, el pequeño alcalde de la ciudad donde se va gestando el golpe y el que será el presidente títere del nuevo régimen, al menos durante los primeros meses, que va a donde le llevan; en los extremos de la fila, dos desconocidos a los que ya conoceremos cuando la función vaya en serio porque nadie figura en un ensayo general si no tiene un papel en la obra. Para que no hubiera ninguna duda sobre el país en el que se celebra la función, la presidenta del festejo había aderezado su vestido con una ostentosa hombrera goyesca de traje de luces. Esto también es tauromaquia.

El gobierno de la nación, contra el que va dirigido el golpe, se prestó al papel que tiene asignado en el guion y mandó a un ministro a zascandilear en el intento fallido de estar presente en el escenario. Pero, vamos a ver, ¿en qué golpe de estado aparece el golpeado en la misma foto que el golpeador? ¿Han visto alguna imagen de don Francisco Franco y don Manuel Azaña cantando juntos Soy el novio de la muerte? El público madrileño tenía un papel ambiguo, como corresponde a la liturgia de la fecha: primero se sublevaron contra el invasor francés y luego acogieron con entusiasmo a Fernando VII y sus caenas. En el ensayo de ayer, este proceso histórico estaba sintetizado en un solo acto: echar a Sánchez y entronizar a Ayuso. Teatro conceptual.

Y así discurrió la mañana del dos de mayo del año corriente en el kilómetro cero de la patria. Si aceptamos que la política es una actividad gestual, doña Ayuso no tiene contrincante. Ningún político en activo tiene el dominio de la escena que ella exhibe en cada ocasión. Nadie debería minimizar su capacidad para apoderarse del tinglado y menos que nadie la izquierda. ¿Pues no se refirió a ella en celebrada ocasión con la cariñosa consigna de matadlos? Y si este ha de ser el fin, ¿qué menos que echarles antes del escenario para que el público no se horrorice con la sangre? Los griegos consideraban que la muerte física era obscena (ob skené) y tenía lugar detrás del telón de fondo, pero esto es imposible en la era de la televisión. Cualquiera pudo ver ayer en la desairada marcha del ministro Bolaños del lugar de los hechos a un fugitivo que, a la menor señal, puede ser linchado por la multitud. Entretanto, arriba, sonreía como una pava su compañera de gabinete doña Robles, como si no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo o le complaciera verlo. Hasta ahora sabíamos que el gobierno de don Sánchez tenía una fractura entre socialistas y podemitas; ahora también sabemos que la brecha se extiende a los ministros socialistas según la cartera que ocupen. En estas divagaciones, al espectador le asalta una ocurrencia: a don Pablo Iglesias no hubieran podido echarle del escenario, no sin resistencia.