En la remota provincia subpirenaica no lo hubiéramos creído de no leerlo en una crónica de respeto. Nuestro paisano don Adanero ha estado en un tris de convertirse en el salvador de la patria. Parte de la historia es conocida. Como sabemos, los voxianos de don Abascal alimentaban el propósito de emprender una moción de censura para derrocar la tiranía de don Sánchez y sus socios comunistas y, para mostrar que su interés era la libertad de todos, los voxianos diseñaron la operación como un tránsito hacia nuevas elecciones en las que el buen pueblo tendría ocasión de recuperar la cordura y votarles a ellos. A este fin, necesitaban un candidato independiente y de acrisolado e inequívoco patriotismo, que encabezara la moción y fuera presidente del gobierno sin otro programa que convocar elecciones generales. Según la crónica, para esta sacrificada encomienda exploraron la disposición de un deslumbrante ramillete de patriotas vip: Fernando Savater, Joaquín Leguina, Andrés Trapiello, Francisco Vázquez, Rosa Díez y, ah, nuestro convecino Carlos García Adanero, que ni en los sueños más húmedos pudo imaginarse en tan olímpica compañía. ¿En qué momento se jodió este remake de la batalla de Covadonga?

Acercando la lupa a la operación se ve con claridad que es una empresa condenada al fracaso porque la moción hubiera sido rechazada por la mayoría de separatistas, filoetarras, etcétera, que okupan el parlamento. Por eso necesitaban un candidato independiente que aceptara suicidarse por inmersión en un tanque de ridículo sin coste para su reputación porque quién es portavoz en las manifestaciones de Colón o Cibeles bien puede serlo en la tribuna del congreso. Los savateres son patriotas pero no gilipollas, así que, descartadas las lumbreras, ahí estaba nuestro paisano don Adanero en expectativa de destino. La moción voxiana tenía otro objetivo apenas oculto: sacarle los colores al pepé de don Feijóo. Tampoco en esta parte de la cancha son tontos y se adelantaron a la emboscada fichando con gran solemnidad a don Adanero y proclamándolo candidato a la alcaldía de la capital de nuestra amada provincia, que también es la suya. No saldrá alcalde pero es más seguro ser concejal que salvador de la patria.

Don Adanero es lo que en la jerga ciclista se llama un gregario, un político del pelotón siempre a la espera de un cargo que le haga visible. Por mala suerte o malquerencia de sus jefes de equipo nunca pudo satisfacer este anhelo en su partido de toda la vida, la upeene, la sigla hegemónica en la provincia durante tres décadas. Ni una poltrona en el gobierno regional ni una alcaldía, ni una presidencia de algún chiringuito pudo obtener este esforzado de la ruta, hasta que fue elegido diputado al congreso. En esta provincia ensimismada, la buena gente del común tiene a los diputados y senadores en menor estima que a los consejeros del gobierno regional o el alcalde de su pueblo. A menudo el cargo en Madrid es más un exilio que una encomienda. Pero a su llegada a la corte, los diputados de provincias entran en un mundo nuevo, rutilante y magnético: gente importante, chanchullos a lo grande y una tribuna de oradores por la que sales en la tele y en el abc, aunque la oratoria no sea el don con que te ha adornado la fortuna.

Los ojeadores del pepé debieron captar de inmediato las potencialidades de los dos primos recién llegados a la estación de Atocha: don Adanero y su compañero de andanzas, don Sergio Sayas, a los que por edad separa una generación pero comparten la condición de huérfanos de la crisis política de los últimos años. A finales del gobierno de don Zapatero, el correoso partido regionalista que fundó don Jesús Aizpùn para oponerse a la disposición transitoria cuarta de la constitución y que más tarde le valió para dormitar en un escaño en el congreso durante cinco legislaturas, empezó a ser abducido por la lógica de las estrategias centralistas del pepé y esta deriva le llevó a la fórmula navarrasuma, ya amortizada. Don Adanero debió ver que la casa del padre no tenía nada que ofrecerle y decidió cambiar de escudería, como Fernando Alonso, para seguir en la competición. Ahora pasará de parlamentario foral a concejal, después de haber sido durante un glorioso instante el héroe del podio de la carrera de San Jerónimo al votar con su compañero de fatigas contra de la reforma laboral del gobierno. En la ociosa soledad de su silloncito de edil tendrá ocasión para convencerse de que eso de la meritocracia es un cuento, como dicen los perroflautas, aunque todo señala a que seguirá pedaleando porque, quién sabe, quizá un día le toque la suerte de encender la mecha del  chupinazo sanferminero.