En la remota provincia subpirenaica y territorios aledaños se recibe el hallazgo de una inscripción o jeroglífico enterrado bajo la arrogancia de la civilización moderna con más alborozo y excitación que si se hubiera encontrado una mina de diamantes o un pozo de petróleo. Después de todo, diamantes y petróleo tiene todo el mundo pero los jeroglíficos son patrimonio de los pueblos ancestrales y raritos, títulos que no todas las colectividades humanas pueden arrogarse.

Es el caso que a un tiro de piedra de donde se escriben estas líneas, los arqueólogos han encontrado una lámina de bronce en forma de mano en la que hay grabados ciertos signos de escritura dizque correspondientes al lenguaje de los protovascones, lo que probaría, según esta lógica, que aquella gente de dos mil años atrás estaba alfabetizada. A bote pronto, la explicación rompe con un arraigado mito en el que fuimos educados de niños, según el cual el carácter sobrenatural del euskera estaba en que se había mantenido vivo desde el origen de los tiempos a pesar de ser una lengua ágrafa y carecer de soportes y referencias materiales. Este mito es más inspirador que cualquier prueba material, siempre escasa, que pueda encontrarse. Las pruebas son enemigas de las leyendas. Bien, dejemos esta perplejidad inicial a remojo.

Una inscripción antigua es un símbolo -ahora se llamaría un significante vacío- que exige una interpretación filológica e histórica muy fina para darle sentido, lo que requiere tiempo y paciencia, cualidades a las que los medios de comunicación son ajenos, así que el alboroto mediático ha sido explosivo. La prueba irrefutable del carácter revelador de la mano de bronce está en que la única palabra descifrada la entendemos todos. En efecto, sorioneku se parece mucho a zorionak, un término que hasta los bebés de teta saben que significa felicidades y anuncia el momento de soplar las velas y descorchar el champán. ¿No debería hacernos sospechar que la palabra que prueba la alfabetización de los antiguos vascones sea precisamente felicidades? Parece el mensaje de una galletita china, que, por cierto, inventaron los estadounidenses y no los chinos. El equipo que ha hecho el hallazgo tiene todo el crédito pero en esta parte del golfo de Vizcaya ya hay un precedente sonado de fraude en otro hallazgo arqueológico de las primeras palabras en euskera. El descubrimiento puso en ridículo a autoridades civiles y culturales y llevó a la condena del embaucador. Pero mientras duró el camelo, el tipo debió pasárselo pipa y sus estafados seguidores recibieron un chute inolvidable de eufórica autoestima.

Entretanto, siempre hay alguien que empieza a ciriquear y nos advierte de la posible raíz latina de sorioneku, que vendría de sors-sortis, suerte o fortuna, etcétera. Este humus latino hace aún más familiar el mensaje porque la figura de un clérigo alfabetizado en latín que vierte su mensaje al vascuence es un clásico de nuestra cultura local. Desde que el preste Joanes de Leizarraga tradujera en el siglo XVI el Nuevo Testamento al vascuence por encargo de la añorada reina Juana de Albret, que, nobody is perfect, era calvinista, hasta ayer mismo en que los más viejos del lugar conocimos y tuvimos de maestros y predicadores a clérigos vascohablantes que pensaban en vascuence y hablaban en latín, y viceversa, puede decirse que somos contemporáneos de la edad del bronce y que la mano de Irulegi no nos impresiona; a veces, una mano así nos marcaba la cara.