Don Antonio García Ferreras no hace periodismo; no lo hace, al menos, cuando quiere hacernos creer que lo está haciendo. Lo que hace don Ferreras en sus tertulias televisivas es dirigir una orquestina de opinadores, a los que invita a dar una nota con un braceo muy teatral, en medio del fragor caótico de la actualidad del día. Aquí no hay datos nuevos, ni enfoques originales, ni discursos inesperados. La composición de la orquestina mantiene una pauta simétrica y diríase que equilibrada: por mitad, opinadores progres y carcas, que dizque representan la pluralidad bipolar del país y que participan en el concierto con dos premisas, nunca profundizan en sus argumentos ni polemizan con el presunto adversario al otro lado de la mesa. Soplan o percuten la nota que les toca, y hasta la próxima indicación del director.

El circo de don Ferreras no se aparta del estándar de las tertulias televisivas pero en la cadena para la que trabaja han detectado que la política tiene un público propio en estos tiempos de cambio, al que hay que ofrecer nutrientes informativos a la manera espasmódica, reiterativa, superficial, a que nos han acostumbrado las redes sociales. Aquí te pillo, aquí te mato. En el menú es imposible, e indeseable, discernir entre hechos y bulos, de manera que se parte de la premisa de que todo lo publicado es potencialmente verdad, y si no lo es, ya veremos. A veces se comprueba con gran aparato para reforzar el espectáculo televisivo, y otras veces se deja correr.

Y aquí entra en escena nuestro paisano don Eduardo Inda, que no solo es un villano sino que lo parece y esto es una ventaja en la tele porque los villanos excitan a la audiencia y hacen que el guión progrese. Con su sonrisilla entre cínica y desafiante y sus anacrónicas patillas de Zumalacárregui, don Inda extrae sus exclusivas de montajes que le proporcionan polis encargados por el gobierno del pepé para destruir a la oposición, en este caso el entonces emergente Podemos.

Esta concreta historia es sabida porque ocurrió hace ocho años. Don Inda tiene entre manos una trola según la cual el líder podemita, don Pablo Iglesias, tiene a su nombre una cuenta en un paraíso fiscal en el que el gobierno bolivariano de Venezuela hace desembolsos por importe de doscientos y pico mil euros. Al periodista don Ferreras la trola le parece burda pero el jefe de pista don Ferreras le da cancha en su programa con la contrapartida de réplica para que el damnificado don Iglesias la desmienta si quiere hacerlo. La falsa historia acabó pronto en el olvido y ahí seguiría si no fuera por la funesta manía de uno de los conspiradores de grabar todas las conversaciones en las que participaba. El comisario don Villarejo, el mítico dios del inframundo español, estuvo en la reunión en la que se trató la trola de don Inda y en este encuentro se oye decir a don Ferreras que le parece burda la noticia sobre la falsa cuenta de Podemos, y no obstante la publicitó en su programa. Gran escándalo. Parad las rotativas.

No es lo mismo obtener la convicción de un crimen a partir de las pruebas forenses que ser testigos del suceso. Don Iglesias, reconvertido a la nobilísima tarea de sanear el mundo del periodismo ha tenido la epifanía que da sentido a su nueva misión, en la que además él es el crucificado. Hay que ser un genio de la comunicación para, a partir de esta anécdota del pasado, conseguir que una parte significativa del periodismo progre se recuerde a sí mismo los principios deontológicos de su profesión, niegue conocer a Villarejo, y otorgue a don Iglesias una extensa tribuna –una entrevista interesantísima como autorretrato del entrevistado– en la que pide el cese de don Ferreras, censura el silencio de don Sánchez ante la tropelía, y reparte carnés de buen o mal periodista, sin dejar de recordar al lector quién es aquí el protagonista de la historia. Los ecos de este sermón llegaron al parlamento donde se debatía el estado de la nación en un mensaje estampado en la camiseta de un diputado podemita. ¿Medidas sociales, impuestos a la banca y a las energéticas? Al carajo: ¡Ferreras, dimisión!