La relación con Estados Unidos es la más estrecha en veinte años, dice nuestro ministro de asuntos exteriores, don Albares, resuelto a apurar hasta la última gota el euforizante de la cumbre otánica. Literalmente no le falta razón. Don Zapatero se empeñó en no caer bien en la Casa Blanca y para don Rajoy era very difficult todo eso que tenía que ver con relaciones exteriores, así que no era difícil mejorar sus marcas porque don Sánchez habla inglés. En lo esencial, sin embargo, la relación de España con el amigo americano se mantiene estable y en sus propios términos desde 1953. España ocupa el mismo lugar geográfico en el mapamundi y las bases americanas instaladas en su territorio también, y la posición del país en términos militares no ha cambiado de peso ni de orientación desde antes de la guerra fría. La convicción otánica del ministro Albares y del gobierno de que la amenaza a España viene del este coincide con la famosa arenga de don Serrano Súñer en junio de 1941: Rusia es culpable. La historia avanza a paso de tortuga pero siempre gana la carrera a la liebre.

El famoso concepto estratégico aprobado en Madrid no contiene ningún plan militar por aquello de que es una mirada al mundo con un enfoque de 360 grados, como se proclama pomposamente en el documento, y una perspectiva a diez años vista. En resumen, es una carta de marear en casi todos los sentidos que el diccionario rae da al verbo marear, desde los más usados de gobernar una embarcación o sentir náuseas hasta los de molestar a alguien, vender en público cosas y embriagarse ligeramente. Este último parece ser el estado del ministro Albares en la entrevista que le hace Enric Juliana, muy ilustrativa para conocer el laberinto  mental del gobierno en este momento.

Dejemos de lado la amenaza más importante y directa de Rusia y el desafío sistémico de China, a los que está dedicado destacadamente el concepto estratégico y que, en la práctica, se resolverán dios sabe cómo, para fijar la atención en el único punto que España quería ver reflejado en el dichoso concepto: la seguridad del frente sur, es decir, de Ceuta y Melilla. Pues bien, el documento cita las regiones [sic, no los países] de Oriente Próximo, Norte de África y el Sahel, como un posible teatro de operaciones otánicas por sus problemas interconectados de seguridad, demográficos, económicos y políticos, agravados por el cambio climático, la fragilidad de las instituciones y la inseguridad alimentaria. Estas observaciones se hacen en el párrafo que sigue a la mención del terrorismo internacional, cuyas organizaciones tienen como objetivo atacar a los aliados o inspirar ataques contra ellos.

Léase el segundo término de la proposición –inspirar ataques– y entenderemos la reciente y sobrevenida insistencia del gobierno español en las mafias que manejan la inmigración y el inspirado ataque a nuestra seguridad que fue el salto de la valla de Melilla, contestado como si fuera el primer episodio bélico de la cumbre de Madrid. Ceuta y Melilla no se mencionan en el concepto porque no hace falta, toda vez que los dos países en liza somos aliados de Washington, y desde hace unas semanas, más aún; así que los diferendos se arreglarían en casa. Ya hay un precedente histórico en la reconquista de la isla de Perejil, ahora hace veinte años, cuyas últimas aristas con Marruecos tuvo que limar el entonces secretario de defensa usa, míster Rumsfeld, no sin antes reclamar un mapa para buscar dónde está ese puto islote. Lo mismo ha debido preguntar míster Biden: ¿dónde están Ceuta y Melilla?