La ministra doña Robles, ha iniciado su discurso de comparecencia ante el parlamento con una encendida proclama de aquello por lo que se siente orgullosa, empezando por su país, -España, ha aclarado, por si alguien pensaba en otra cosa- y recordando a quienes mejor la encarnan y defienden, particularmente –particularmente, ha dicho- está orgullosa del ejército, de la policía y de los espías, que nos defienden, etcétera. La soflama parecía dirigida, no a los representantes del pueblo soberano que ocupan los escaños a los que han sido llevados por el voto democrático, sino a un puñado de sediciosos sentado frente a la ministra quién sabe con qué propósito, bueno, sí se sabe, con el propósito de que dimitiera.  El resumen del introito de doña Robles es consabido: el estado precede a la democracia.

A continuación, la ministra híper patriótica ha afirmado enfáticamente que, si se tiene noticia de un delito, el deber ciudadano es denunciarlo al juez, y esto no lo ha dicho pero está en el subtexto, no llevarlo al parlamento y dar tres cuartos al pregonero. En la tribuna del público, unos señores talludos y ceñudos, unos de uniforme militar y otros de paisano, tomaban notas de lo que decía la ministra, que no ha mencionado ni una palabra del famoso caso Pegasus porque, ha afirmado, el orden del día de la sesión parlamentaria estaba dedicado a la brújula estratégica de la defensa de la Unión Europea.  Silencio de la ministra, sigilo en la comisión de secretos oficiales que se reúne mañana y diligencias secretas en la audiencia nacional encargada de embridar al caballo alado que ha irrumpido en el debate doméstico. Pegasus lleva camino de volver a su naturaleza de ser mitológico. La brújula de la ministra señala al norte pero ni se les ocurra preguntar por cómo funciona y mucho menos intentar desmontarla para conocer su mecanismo. Estamos en la guerra de Putin ¿no se han enterado?

El exaltado discurso de doña Robles ofrecía una visión inédita de lo que queda de legislatura: los aliados del gobierno son prescindibles, tanto los socios coaligados como los de la llamada mayoría de investidura. Políticos infantiloides que aspiran a utopías tontas; chicos y chicas caprichosos y llorones que creen que la democracia está en peligro porque les espían los espías. Los espías espían a todos, incluida a la ministra doña Robles, y ahí la tienes, tan terne. ¿La has visto quejarse? A ver, Echenique, espabila, ¿quieres que la ministra diga que le ha espiado el rey de Marruecos para que nos abra un frente en el sur de Europa antes de que terminemos la guerra en Ucrania? Don Feijóo ha captado de inmediato –la veteranía es un rango- el peso muerto en que se han convertido los aliados de don Sánchez y aquí está él, al pie del árbol, esperando que caiga la fruta madura. No hay espía que por bien no venga.

Nota bene: El título de esta entrada en una frase del marqués de Leguineche al ver una unidad de policías antidisturbios junto a la tartana en la que pasea plácidamente por las calles de Madrid. La escena es de la película Patrimonio nacional, de Luis García Berlanga y Rafael Azcona, que nos enseñaron para siempre cómo es este país de la que la ministra doña Robles se siente orgullosa hasta el borde de la desesperación.