Las dictaduras liquidan a sus disidentes y en las democracias los criogenizan (o los cancelan, como se dice ahora). Moscú utiliza el novichok  y Washington, la indiferencia. En Rusia toman en serio las opiniones adversas, no se sabe si por inseguridad o porque aún respetan el valor de las palabras, y en Estados Unidos, la gran potencia mundial en la producción y emisión de contenidos semánticos, la opinión de Noam Chomsky sobre la guerra de Ucrania no tiene más valor que los argumentos de Will Smith sobre la honorabilidad de la señora Smith. Ningún disidente en el mundo está más criogenizado que Noam Chomsky; ninguno es más prolijo y tenaz en sus opiniones sobre/contra el sistema que gobierna su país y el mundo occidental, y ninguno es menos leído y escuchado.

De alguna manera, las opiniones políticas de Chomsky parecen una derivada de su teoría lingüística, que lo convirtió en una autoridad académica de primer nivel en esta disciplina. La teoría de Chomsky postula que el ser humano tiene un dispositivo cerebral innato (language acquisition device) que le permite aprehender la estructura del lenguaje materno  y utilizarlo de manera intuitiva, sin necesidad de un proceso de aprendizaje reglado. Los estímulos verbales que necesita un niño son muy pocos en relación con las potencialidades expresivas que desarrolla. Aplicada a la política, esta teoría significa que con un bagaje de tres o cuatro conceptos básicos se pueden desplegar análisis pertinentes sobre cualquier crisis y situación política que se presente.

Ahora, unidaspodemos ha incorporado a Chomsky para apuntalar su no a la guerra.  Hay en los podemitas algo que se puede explicar con la teoría lingüística de Chomsky. Es una formación que nació con un bagaje discursivo casi infantil; básicamente, el dilema casta/gente, una estructura lingüística como sujeto/verbo/predicado, que habría de explicar la agenda política del mundo, a saber, las estructuras del estado, la distribución de las rentas, la crisis climática, etcétera.

Y, en efecto, el dilema podemita se puede aplicar a la guerra de Ucrania, en la que hay una casta que la ha provocado y una gente que la sufre. Las castas enfrentadas necesitan la guerra para seguir al mando, vale, pero la gente también la necesita para dar sentido a su existencia: los rusos creen que es una guerra justa porque Ucrania no existe y los nazis que la ocupan son una amenaza para la seguridad de Rusia, y los ucranianos creen en la guerra porque se juegan la supervivencia como ciudadanos de Ucrania. Nada cohesiona más la casta con la gente que una guerra; esa es una de sus virtualidades, que explica su permanencia en los hábitos de la humanidad porque, por lo demás, todos sus efectos son desgracias absolutas.  

Históricamente, el pacifismo exhibe dos rasgos: es de izquierda y nunca ha conseguido su objetivo de detener una guerra. Estos dos rasgos están en la iniciativa de unidaspodemos y Chomsky, a la que acompaña un impulso antiimperialista inercialmente dirigido contra Estados Unidos. La mala noticia es que esta guerra la ha iniciado otro imperialismo, generalmente considerado por la izquierda como defensivo. Washington mintió con toda deliberación al mundo cuando acusó a Irak de posesión de armas de destrucción masiva y dio lugar al primer no a la guerra, que no la evitó, a pesar de la extensión planetaria de las manifestaciones en contra. En esta ocasión, Washington avisó de la inminente invasión de Ucrania por Rusia y nadie le creyó, ni los ucranianos. Para el no a la guerra ya es tarde, además de que el mensaje tendría que ser dirigido a Moscú. La teoría lingüística de Chomsky vale para dar los primeros pasos pero, si quieres sobrevivir, hay que aprender algo más sobre el lenguaje y sobre quién lo maneja, como aprendió Alicia en su viaje al otro lado del espejo.