Es sabido que los petroestados no son propensos a la democracia. Las ingentes rentas que estos países extraen del subsuelo no requieren de otra legitimación jurídica o política. La riqueza mineral crea élites opulentas, fomenta el tejido de extensas redes clientelares en el interior y de lobbies de estómagos agradecidos en el exterior, y permite el mantenimiento de fuerzas armadas y policiales que pueden ser muy intimidatorias. Las democracias occidentales se sostienen porque el mismo interruptor que pone en marcha la lavadora o enciende el ordenador ocluye el visor moral por el que podríamos informarnos de la procedencia de esta energía. En ocasiones, este mecanismo, que ilumina este lado de la realidad mientras deja en la oscuridad el otro lado, es tan eficiente que no nos enteramos de que nuestro jefe del estado (hoy emérito) se enriquecía a manos llenas cada vez que nos duchábamos con agua caliente.

En la aflictiva situación  actual, nuestro paisano don Josep Borrell, convertido por mor de las circunstancias en un líder global, ha encontrado una sentencia feliz para definir esta incompatibilidad entre democracia y recursos energéticos: Rusia solo es una gasolinera y un cuartel, ha dicho. La gasolinera nos provee de vida, el cuartel nos amenaza de muerte. El desafío europeo es ahora tener energía, además de democracia, antes de que la falta de la primera acabe con la segunda. La incompatibilidad entre democracia y energía ya se advierte en la deriva trumpista del único país del mundo que posee las dos cosas.  Para Europa, es un dilema existencial. La evidencia de que nuestro bienestar está financiando la agresión a Ucrania no es fácilmente soportable, tanto más si, como ocurre, no podemos prescindir del combustible so pena de caer en una postración económica (ya está ocurriendo) que haga que la democracia no valga un pimiento. Don Borrell también tiene una solución: gasten menos luz y calefacción, un consejo que, viniendo de un meridional, habrán agradecido en la Europa donde se hielan los ríos en invierno y la noche empieza a las tres de la tarde. ¿Cómo no se nos ha ocurrido antes?, se preguntarán holandeses, alemanes, daneses y suecos.

Bien, aparte de las consejas de don Borrell y de que las centrales nucleares vuelven a tener un lugar de honor en las previsiones energéticas europeas, sigue faltando combustible, lo que ha llevado a míster Biden a enviar una embajada para que nos rescate de la miseria energética don Maduro, presidente de Venezuela y el supervillano de las fantasías políticas de nuestra derecha, alimentadas por el potente lobby caraqueño acampado en el barrio de Salamanca de Madrid. De repente, y por culpa de don Putin, la derecha española se ha quedado sin el entretenimiento de quemar bolivarianos en la plaza de Colón. A doña Cayetana por poco le da un cataplós, se ve que la Casa Blanca no le consultó esta iniciativa con don Maduro, y tampoco le ha informado a don Guaidó, ese presidente en busca de una república que presidir. La vie est ondoyante, como dijo alguien y repite la misma doña Cayetana en su tuiter.