En la torrentera de informaciones y opiniones, salpimentada con mucha propaganda, que nos llega de la guerra de Ucrania se pueden rastrear algunos mensajes de optimismo que se resumen en la sentencia: Putin está acabado. El más notorio de estos mensajeros, porque su prédica viene envuelta en la aureola de la ciencia académica, es el nuevo gurú de la condición humana, Yuval  Noah Harari, quien nos ha obsequiado con una reflexiva  pieza titulada con precisión, Por qué Vladímir Putin ya ha perdido esta guerra.

Pero más interesantes que estos dictámenes de observadores externos son las opiniones de los rusos que nacieron en los noventa y ya no son niños. Los viejos del lugar compartimos con estos jóvenes el estupor por los muchos años –tres décadas- que ha tardado en emerger de nuevo el alma rusa tal como la conocimos y nos acompañó desde la cuna hasta bien entrada la madurez. Pero a jóvenes y viejos nos distingue el estado de ánimo: ellos están obligados al optimismo; nosotros estamos condenados a lo contrario.

Serguei Faldin es uno de esos jóvenes rusos que nos cuenta la película tal como él la ve, y, sobre todo, tal como desea que sea su final. Serguei estaba con su esposa ucraniana de vacaciones en Dubai cuando la tele les llevó a la habitación del hotel el sombrío discurso de don Putin, que anunciaba el inicio de una operación militar especial  sobre Ucrania. La confusión fue tal que apagaron la tele. ¿Qué es una operación militar especial? ¿Estábamos ante una declaración de la tercera guerra mundial? Luego, todo fueron maldiciones hacia su presidente, que les habría extirpado de un golpe los sueños de rusos globales, como nos llamamos a nosotros mismos, dice Serguei.

El mensaje relata a continuación las penurias de la oposición rusa,  la contundencia del régimen con los disidentes y opositores y, a la postre, el carácter inexorable del proyecto de don Putin, para formular un deseo no probado –Putin está loco– y una declaración de impotencia cognitiva: No sé cuándo ni por qué Putin ha tomado esta decisión. Tal vez sea una cuestión de edad. Tal vez su aislamiento durante la pandemia hizo que se cuestionara su legado. No sé qué pensar.  Al final, ahogado por las evidencias negativas, Serguei saca la cabeza de tanta aflicción y concluye, Putin, tan aficionado a la historia, está cavando su propia tumba sin saberlo.

Es en este punto donde los viejos (este escribidor fue durante unos pocos años de su temprana infancia contemporáneo de Stalin) estamos autorizados a discrepar. Muchos rusos, quizá la mayoría, no saben qué pensar, de modo que su reacción instintiva es la adhesión a su gobierno que, por lo demás, emite señales fácilmente reconocibles, aunque sean trolas: genocidio, nazis, la patria está en peligro, etcétera. Bajo las alas de don Putin se sienten seguros; esta vez no nos pillarán por sorpresa como en 1941.

Rusia ganará muy probablemente la guerra de Ucrania y, una vez conseguido este objetivo, habrá justificado la hostilidad de occidente, que es el pretexto del conflicto, trasladará unos cientos de kilómetros hacia poniente el frente de la guerra fría 2.0 y le quedará todo el tiempo del mundo para restablecer alianzas exteriores, comerciales y militares, con países no europeos y restaurar la reputación de Rusia entre los círculos económicos y culturales de los países occidentales, que ahora le rechazan. Habrá lo que en otro tiempo se llamó coexistencia pacífica; Ucrania volverá a la nada de la que ha sido momentáneamente rescatada por esta aciaga guerra y la población europea de este a oeste recuperará la costumbre de vivir con miedo por la cercanía del fin del mundo (hoy hemos tenido un aviso en el ataque a la central de Zaporiyia).

Créeme Serguei, los españoles sabemos de esto. También aquí hubo una operación militar especial para derribar a un régimen democrático, que derivó en una guerra en la que el pueblo luchó contra un ejército bien pertrechado y armado, y agitó el tablero europeo y activó la cautelosa neutralidad de los países que debían haber ayudado a los buenos, y ganaron los malos y el conflicto se resolvió en una dictadura interminable que hizo pensar a la mayoría de los ciudadanos del país que vivían en el mejor de los mundos posibles, hasta ahora mismo cuando casi la mitad de la población aún lo piensa. La pregunta sin respuesta es: ¿se puede reproducir una situación similar en la era de internet? La lógica en la que queremos creer dice que no pero, por lo que llevamos visto, los hechos dicen que sí.